Construye tu profesión, será tu forma de
existir en el mundo.
A los 16 años, te preguntarás si tiene sentido seguir estudiando. Si hacer el bachillerato de sociales, el de ciencias o el tecnológico. Dos años después, con dieciocho, tienes el bolígrafo en la mano y no sabes qué carreras marcar en las solicitudes para la universidad. Probablemente pasarás tus años de universitaria sin pena ni gloria, con grandes maratones estudiando con los apuntes de otro que sí asistió a clase, pensando en terminar los exámenes para volver a casa, o para ir de interrail con los amigos.
En alguna pausa del estudio, cuando más aburrida estás, lees que algún
gurú del tuiter afirma que las profesiones más importantes de los próximos años
aún no existen.
Y te preguntas qué leches haces estudiando arquitectura, si no se
construye, traducción, si no se traduce, derecho, si el mundo está torcido,
periodismo, si ya no hay nada que contar, ni nadie a quien le interese.
Tus padres, esos que tanto te quieren pero no entienden nada, te piden
que estudies, que te resignes, que hagas una oposición, que curres en la
empresa de la familia, que más vale pájaro en mano.
Y tú, ¿qué debes hacer?
Hazles caso. Sigue estudiando. Sigue con esos libros que ni siquiera encuentras en
Amazon, llenos de historias anacrónicas, que te hablan de mundos superados por
la tecnología, que probablemente jamás te servirán para nada. Esos libros que te harán sufrir para
un examen y los olvidarás para siempre. Haz todos esos exámenes. Nunca abandones, termina tu
carrera.
Después de eso, podrás trabajar. No te pagarán mucho. Te harán madrugar
a veces. Te putearán otras veces.
Llenarás papeles, hojas de cálculo, notas que resuman reuniones en las que no te dejarán participar. Escucharas miles de tonterías. A veces –las menos- te verás a ti
mismo haciendo trabajos que te diviertan, dando la respuesta correcta,
innovando.
Te parecerá increíble, pero irás ganando un hueco en las conversaciones.
Tú jefe te escuchará. Y, si no lo hace, piensa que quizá será el momento para cambiar de aire, hacer otras
entrevistas de trabajo. O para hacer el master en el extranjero que tanto te
atraiga.
Y después del master, o del nuevo trabajo, llegará un punto en el que tendrás treinta años y un master. Pero no tendrás trabajo, ni te podrás sentir realizada. No te preocupes. Aún entonces, serás demasiado joven para casi cualquier cosa. Pero te sugiero que hagas una cosa: sigue observando el mundo
en el que vives. Sigue leyendo los libros inútiles e
incomprensibles necesarios para tu profesión. A lo mejor cuando los leas son un poco menos absurdos. Hazlo también.
Con el tiempo, créeme, un día te tocará estar en la posición del jefe. Quizá habrás tenido que marcharte a un lugar donde tú seas la única jefa, la única empleada, la única "todo".
Ese día, vendrán a tu mente las maratones de estudio en la universidad,
los años de curro sin sentido, los informes de reuniones, el máster que no te
proporcionó el trabajo que creías y te verás resolviendo los inabarcables
problemas de la vida cotidiana: Bienvenida a la primera línea de combate. Nunca
darás la respuesta correcta, porque habrás zarpado para siempre del mundo de las respuestas.
Tu única arma será tu profesión. Esa forma única de entender el mundo que
habrás construido a lo largo y ancho de las muchas asignaturas inútiles de la
carrera, de las burocracias estúpidas y los jefes a los que no puedes mandar a
paseo, simplemente porque son el jefe.
Deberás ser muy paciente. Estarás cinco, diez, quince años pensando que no entiendes nada, que nunca serás una buena profesional. Pero poco a poco verás la luz. Entenderás las razones por las que otros hombres y otras mujeres actuaron antes que tú. Mucho antes que tú. Comprenderás por qué decidieron crear un museo en alguna zona del país. Por qué se construían las casas de una determinada manera, por qué se trazaban los puentes para atravesar los precipicios por un determinado lugar.
Será tu momento. Podrás innovar, ser crítica, innovadora, rompedora.
Entonces verás que, por cada cosa nueva que aprendas, habrá cien que
ignorabas. Resuelves un problema y nacen tres nuevos.
Quizá ese día, te sientas un poco arquitecta, o médico, o traductora. Quince años después, estarás ahí. Delante del mundo.
De entre todas las personas que pasen por tu vida, habrá unos pocos a quienes algún gurú del tuiter les
dirá: “tú has creado una nueva profesión, eres un pionero”.
Si ése es tu caso, si eres una de las personas llamadas a cambiar el mundo, te sugiero que les digas: “yo sólo soy una profesional
más, que trata de aprender cada día, de los infinitos problemas que nos plantea
la vida”. Pero si no lo eres –y lo más probable es que no lo seas- probablemente te
dirás a ti misma “bueno, yo sólo soy una profesional más, que trata de aprender cada día,
de los infinitos problemas que nos plantea la vida”.
En ambos casos, habrás disfrutado el camino.
La humildad, tu zona de confort
Como ves, la vida es un proceso constante de construcción de
tu hueco vital. Hay unos vídeos de internet que llaman a este hueco la “zona
de confort”. Esa zona de confort es el espacio que uno controla, donde se
siente cómodo. La familia, el barrio, los amigos de toda la vida, el trabajo de
toda la vida. Se supone que vivir en esa zona toda la vida nos hace estancarnos. Se supone que la felicidad real sólo se puede alcanzar al salir de esa zona de
comodidad.
Eso no es del todo cierto. Es la zona de confort la que nos permite
relajarnos. Liberarnos de la mínima necesidad de impresionar, de aparentar, de
evolucionar, de crecer o de perdurar. La zona de confort es absoluta y superior
a cualquier individuo: ahí no podemos impresionar, ni pontificar, no podemos dar
lecciones a nadie. No hay un auditorio esperándonos. Sólo están los amigos y la
familia, quienes conocen nuestras miserias y las aceptan. En la zona de confort no
nos queda más remedio que ser humildes.
Pero ésa es una gran noticia, porque sólo de la humildad nacen la creatividad, la inspiración y la
transgresión. La vida debe ser, por tanto, una búsqueda constante de la
humildad y el confort. De lo que se trata es de que la zona de confort sea
sólida, rica y basada en principios y valores, no en objetos. Un estado mental.
El viento de los problemas y las desgracias es capaz de arrancar
cualquier confort material. Como en los tres cerditos. Sólo la paz emocional nos permite permanecer.
Ningún material de construcción es tan resistente, tan fresquito en verano y calentito en invierno como la humildad.
Por eso no debes desterrar la idea de buscar una zona de confort donde instalarte a vivir. Los consejos de quienes nos describen el camino hacia la felicidad como
un tránsito por lo inexplorado –como si todos tuviéramos que ser John Rambo-
ofrecen una visión parcial e incompleta de la película. John Rambo hubo uno. La
mayoría de los demás, no necesitamos y, hasta cierto punto, no podemos vivir
“día a día”.
El ser humano necesita un hogar para ser libre. Un lugar, quizá pequeño,
para mirar el universo. Procura labrar con tus manos –y con tu mente- esa zona
de confort. Llénala de valores. Que no tenga muchos pisos, que sea más bien
bajita, de la altura de la humildad. Resistirá los vientos y los terremotos.
Ya lo decía mi madre
La mayor parte de nosotros nunca llegaremos a salir de la zona de
confort. Que eso no te preocupe. Ser normal, lejos de ser un contratiempo, es algo maravilloso. Recorre tu camino con honestidad. No pretendas engañar, ni humillar a nadie. Acepta que
muchos problemas en esta vida no tienen solución. Y muchos de los que se
resuelven, vuelven -una y otra y otra vez- a plantearse delante de tu nariz. Esa
es la verdadera modernidad.
¡Ja! Un día
descubrirás que todo eso ya te lo decían tus padres. Que tus padres, esos que no entendían
nada, encerraban toda la sabiduría y la modernidad. Ese día querrás darles las
gracias a tus padres y contárselo a tus hijos.
Y lo más parecido a
la felicidad será tener la oportunidad de hacerlo.
Ten siempre a Itaca en
tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
- Itaca, Cavafis.
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