viernes, 26 de marzo de 2010

Lo que me importa un pimiento


La zona de verduras del supermercado es un espectáculo aquí en Méjico. Baldas repletas de chicozapote, chilacayote, aguacates, tomates y jitomates, cortes de nopal, flores de jamaica para hacer agua de sabor y chiles. Chile de árbol, guajillo, chile manzano, el guerrero habanero, chipotle, ancho, jalapeño o poblano.
El chile poblano, precisamente, es como un gran pimiento estilizado, de color verde esmeralda y reflejos negros, brillante y terso. Pareciera coloreado por uno de esos pintores callejeros y anónimos que pasean por el Barrio del Artista, la Montmartre de Puebla, la ciudad de donde procede este tipo de chile.
Fue imposible no llevarse unos a casa, cuando vi todo un estante repleto de estas pequeñas joyas. Aún sin tener la menor idea de qué hacer con ellos.
Intenté usarlos para un revuelto, aprovechando los últimos trozos de un jamón llegado desde España con mi madre y mi hermana... Dos lágrimas rodaron por mis mejillas y las orejas se me encendieron -incendiaron-. Aquello no había quien lo comiera, picosón a la entrada, repicosón a la salida.
En estas condiciones, lamenté el error cometido y, furioso con los mexicanos, capaces de comer cosa semejante, coloqué los chiles en lo alto de la mesa de la cocina, abocados a un final en la basura. Ahí se hubieran quedado, de no ser por una invitada a cenar, que encendió la hornilla y, sin sartén ni papel Albal, puso varios de ellos al fuego. Los chamuscó hasta que estuvieron negros. Después, rascó con la ayuda de unos guantes -para evitar el picante entre las uñas-, toda la superficie quemada.
Yo la miraba intrigado y, casi obligado por la situación, preparé un plato de salchichón y queso Payoyo de Villaluenga, en justa correspondencia culinaria.
Ella continuó abriendo los chiles. Retiró unas pequeñas venas de color amarillo intenso que recorrían el interior de los chiles y los cortó en finas rajas, que rehogó con cebolla morada, ajo y queso asadero.
El resultado fue sencillo y delicioso. Sencillo, porque eliminó el picante con facilidad.Y delicioso, por la manera de eliminar el prejuicio que yo había construido sobre el sabor de aquel chile y en torno a toda la cocina mexicana.
Un placer gastronómico para el descubrimiento de uno de esos pequeños tesoros humanos que esperan escondidos en algo tan trascendente como un pimiento: Que el prejuicio se esconde detrás de la ignorancia, en el equivocado proceso de someter todo lo que nos suena raro a una guadaña implacable de desprecio.
Un chile no es asqueroso porque yo no sepa qué hacer con él.
Igualmente, ningún pueblo -ninguna cultura- es inculto, ignorante ni atrasado porque yo ignore cuáles sean sus valores. Ni mil veces que se repita la mentira.
Y el mejor - el único- antídoto contra los integrismos de cualquier pelaje, contra los nacionalismos recalcitrantes y todos los extremismos, es la duda humilde sobre el prójimo. Qué hace el vecino, y por qué lo hace.
Tras un maldito pimiento picante, chamuscado y negro, se esconde un sabor de matices, incluso dulce. Basta con saber -querer- mirar.
No hay más secretos. Sólo hay que salir de la cueva -que no es lo mismo que viajar, porque conozco gente que ha dado tres vueltas al mundo y nunca ha dejado de ser un integrista esencial-. Qué importante sería, y qué sencillo, que nos dejáramos empapar de las esencias de culturas que se nos antojan cutres, pobres, casi puercas, cuando las vemos por televisión. Cuánto no cambiaría el mundo si no despreciáramos a quién está al lado, al juzgarlo con nuestros propios clichés.
Un chile no es un pimiento, no tiene sentido hacer con él un revuelto a la rondeña. Y, si aún así lo hago, que no me extrañe que me repugne el resultado.
Qué diferente podría ser todo, si hiciéramos las cosas con un poco de cuidado. Si todo dejara de importarnos un pimiento. Un verde y picoso pimiento.

viernes, 19 de marzo de 2010

Un olor tan extraño



La Antigua Santiago de los Caballeros de Guatemala se esconde del tiempo acurrucada bajo el Volcán de Agua al sur, el Volcán de Fuego al norte y el volcán de Acatenango, que vigila erguido a los otros dos. Protegida por estas montañas cíclope, fábricas de fuego, la Antigua se cobija lejos de la mano de Kronos, a veces inexorable, sin que las agujas del reloj sean capaces de alcanzarla.
Esta ciudad, por más de dos siglos inmutada, no fue la primera sede del gobierno español de la Capitanía General del Reino de Guatemala, pero sí la que recibió los atributos de mayor solera. En 1541, una violenta erupción del Volcán de Agua sepultó otra ciudad que ocupaba el lugar de Antigua y motivó la fundación de la ciudad. Durante los terremotos de Santa Marta de 1773, Antigua sacrificó su capitalía y muchos de sus monumentos, pero parece que obtuvo a cambio un pacto con el Diablo para no envejecer jamás.
Para entonces, Santiago de los Caballeros se había llenado de templos y conventos barrocos, de casas señoriales estilo mudéjar donde los pobladores jugaban con el agua como se hacía en Granada -la capital nazarí, no la joya de Nicaragua- conduciendo agua fresca hasta sus plazas anchas, soleadas y rodeadas con soportales, que vertían en sus pilas, donde las mujeres se reunían para lavar la ropa y charlar, bajo el chorro de fuentes con Ocho Caños.
Las casas de la Antigua están encaladas y salpicadas de albero. Por sus ventanas penetran las campanas de la iglesia del Carmen llamando a los feligreses para la Eucaristía. Por sus balcones se observan las palmeras junto al torreón: Palmeras y otro templo mudéjar. Parece que tuvieras en frente la Iglesia de Santa Catalina, en pleno centro de Sevilla.
La Antigua, un lugar tan igual a mi tierra andaluza, que apenas olvido que pertenece a una realidad completamente extraña.
Caminas por las calles atento al suelo irregular, a su adoquinado artesanal, que ha perdido la mitad de las piezas como si fuera la dentadura de un viejo campesino. Te sorprende un olor a incienso semanasantero y levantas la mirada buscando al acólito turiferario. Encuentras al mismo chaval de cara inocente, gesto preocupado por el humo que produce y guantes blancos de algodón, tiznados por el carbón que usa para la lumbre.
Podría ser califa cordobés. Podría estar en calle Larios, en un Jueves Santo malagueño.
Un olor tan igual y, sin embargo, una realidad de tan distinto olor. Un niño preocupado por su incienso, tan idéntico. A la vez, tan lejano.
Desde cualquier frente, aparece una marea de túnicas moradas que va a desembocar a la vieja y mínima catedral de la Antigua Guatemala, simplificada a fuer de terremotos, sin reconstrucciones parciales, ni mejoras. Al rato, por la misma puerta aparece una Cruz de Guía que se tambalea, agitada por el paso indeciso de un joven maya que la sostiene, bizarro, con uniforme de legionario romano.
En Semana Santa, la misma marea de nazarenos alineados irregularmente precede a un Padre Jesús idéntico al que escala los adoquinados, también mutilados, de las calles de Ronda. En la calle venden arropías, manzanas de caramelo y algodón de azucar. Se han agotado los churros con chocolate de los puestos repartidos por la calle. Detrás del Padre Jesús, los horquilleros cargan una Virgen. A todos les escolta la banda de música. Cornetas y tambores lustradas para la procesión, como hacen aquí. Lo mismito. El mismo paso, la misma devoción costalera. El mismo dios, un dios tan distinto.
Guatemala es el lugar más distintto, lejano y extraño del mundo, donde el Estado no existe, ni la Justicia, ni la realidad tampoco. Sietemil personas asesinadas al año y apenas un dos por cien de casos resueltos.
Su olor a incienso que huele a lo mismo que el nuestro. El resto no. El olor a sangre húmeda, renovada cada día, que riega las aceras de Guatemala. El olor a impunidad, que no huele a nada. El olor del hálito al respirar, huyendo para salvar la vida.
El hedor a la quimera de salvar la vida.
El olor de la distancia. Tanto que nos parecemos, casi tan iguales, tan alejados que estamos.
El mismo dios, un dios tan distinto.

jueves, 18 de marzo de 2010

Explotación Remunerada

Por Borja Vilaseca, Diario El País, Suplemento de Negocios, domingo 14 de marzo de 2010

"Nadie es más esclavo que quien falsamente cree ser libre" (Johann W. Goethe)

Para millones de españoles hoy es un día triste: mañana vuelve a ser lunes. A primera hora sonará el despertador y se levantarán de la cama a regañadientes para ir a trabajar, entrando en una rueda de la que no saldrán hasta el viernes por la tarde. Y dado que las empresas siguen creyendo que la "gestión tóxica" de sus colaboradores es la más eficiente para multiplicar sus tasas anuales de crecimiento y lucro, para muchos la palabra "trabajo" sigue siendo sinónimo de "obligación", "monotonía", "cansancio", "aburrimiento" y "estrés".

De hecho, la gran mayoría de la población activa española trabaja porque no le queda más remedio. Es una simple cuestión de supervivencia económica. Por medio del control del capital, que se traduce en el pago de salarios a finales de cada mes, las empresas se han convertido en las instituciones predominantes de nuestra era. No sólo condicionan y limitan nuestro estilo de vida, sino que son dueñas de nuestro tiempo y de nuestra energía. Incluso hay quien dice que la esclavitud y la explotación no se han abolido. Tan sólo se han puesto en nómina.

Como consecuencia de este contexto socioeconómico, cada vez más trabajadores detestan su empresa, no soportan a su jefe y odian su profesión. Lo cierto es que muchos están dejando de creer en la felicidad. Basta con ver la cara de la gente por las mañanas en los vagones del metro o en los atascos de tráfico. Algunos sociólogos afirman que padecemos una epidemia de "falta de sentido", lo que a su vez está ocasionando una enfermedad psicológica, más conocida como "vacío existencial". Debido a esta saturación de insatisfacción colectiva ya hay quien nos define como "la sociedad del malestar".

Esta situación es especialmente alarmante en el ámbito de la consultoría, la auditoría y los grandes despachos de abogados. Lo curioso es que se trata de sectores donde, en general, los profesionales han tenido la oportunidad de estudiar en la universidad y de cursar un MBA en alguna escuela de negocios. Y no sólo eso. A diferencia de la mayoría, los jóvenes de entre 22 y 30 años de edad que ahora mismo pueblan los despachos de estas corporaciones han gozado del privilegio de elegir su carrera profesional.

A pesar de trabajar en conocidos edificios de oficinas y de vestir elegantes trajes y corbatas, son sectores profesionales donde la explotación está a la orden del día. En el contrato laboral de estos jóvenes ejecutivos se estipula que el horario es de nueve de la mañana a siete de la tarde, pero normalmente hay tanto por hacer que nadie se marcha antes de las nueve de la noche. En algunos casos, la jornada se alarga hasta las dos de la madrugada. Con el tiempo, muchos se acostumbran, como si no tuvieran alternativa.

Cuando las puntas de trabajo disminuyen, tan sólo los empleados más valientes se atreven a salir a su hora, siendo demonizados por sus jefes y ganándose, además, la desaprobación de alguno de sus compañeros. De ahí que prevalezca el calentar la silla, que consiste en quedarse sentado delante del ordenador haciendo ver que se trabaja hasta que empieza a irse todo el mundo a casa. Como antídoto contra el aburrimiento, muchos navegan y chatean durante esas horas muertas por las redes sociales, entre las que destaca Facebook. Están de cuerpo presente, pero de mente y corazón ausentes.

Otro rasgo en común de este ámbito laboral es la falta de ilusión, de motivación e incluso de interés por el trabajo que se desempeña a lo largo del día. Muchos profesionales reconocen que no saben cuál es su función ni su cometido, y otros, debido al cansancio acumulado, van literalmente arrastrándose por los pasillos. En general, muy pocos creen en lo que hacen. Pero siguen fichando cada lunes. Dado que no han descubierto cuál es su propósito existencial ni su vocación profesional, terminan atrapados en las mazmorras del conformismo y la resignación. No les gusta lo que hacen, pero tampoco tienen ni idea de lo que les gustaría hacer. Y esta falta de dirección y de sentido los mantiene anclados en el malestar.

Eso sí, desde fuera, su profesión es valorada, reconocida y respetada por la sociedad. Sin embargo, esta percepción social no tiene nada que ver con la realidad. Estos jóvenes ejecutivos malviven presos en jaulas de oro. Al no cuestionar su situación, ni atreverse a seguir su propio camino en la vida, son víctimas y verdugos de sí mismos, de sus miedos e inseguridades. Y mientras tanto, en los despachos de arriba, donde habitan los altos directivos que los controlan, hace tiempo que se les bautizó perversamente como "tontos útiles".

Por un sueldo medio de entre 1.100 y 1.800 euros al mes -una miseria en relación con lo que sus empresas cobran a los clientes por sus servicios-, estos jóvenes entregan literalmente su vida a la corporación que representan. Algunos llevan quemados tanto tiempo, que terminan causando baja por depresión, abandonando este tipo de organizaciones por la puerta de atrás. Pero muchos se quedan toda la vida, subiendo un escalón tras otro por una escalera que creen que les conducirá al éxito y, en consecuencia, a la felicidad. Sin embargo, por el camino se pierden a sí mismos.

Desconectados de los valores que nos hacen verdaderamente humanos, finalmente llegan hasta la cima, donde son nombrados socios y remunerados con abultados sueldos. Y desde su nueva posición de poder imponen las mismas nocivas condiciones laborales a sus colaboradores, reproduciendo una cultura organizacional tan destructiva como carente de sentido. Para estos ejecutivos mañana todo volverá a comenzar. Y muchos de ellos, nada más reencontrarse en la oficina, se saludarán de forma breve, pero elocuente:

-¿Cómo estás?

-De lunes. ¿Y tú?

-Con ganas de que llegue ya el viernes

jueves, 11 de marzo de 2010

Desayuno continental


América Central es como un juego de mesa. Uno muy particular.
Recuerda al Quién es Quién, de MB. Sentado en casa de la tía, sobre la mesa de camilla, pasabas las tardes con la prima Nuria, frente a frente. Escrutabas su mirada, en busca de un indicio que delatara alguno de los rasgos del personaje que ella, mentirosamente, ocultaba. Siempre en busca de la pregunta certera, la que permite descartar a todos los que no tienen bigote, que reduce la duda a la terna de señoras con sombrero. Esa pregunta que casi nunca se hace. A veces, una equivocación torpe te hacía descartar al personaje clave y la partida se transformaba en un angustioso laberinto. Tú, perdido. Tu secreto, cada vez más cerca de ser desvelado. Los personajes estaban para tí, pero no eran tus amigos, cualquiera podía llevarte a un equívoco fatal.
De igual manera, pegado al ordenador, haces preguntas por email a una larga lista de contactos. Quieres saber sobre América Central. Cuentan que una multinacional extranjera persigue a unos indígenas a quienes les ha robado su terreno, su agua y su medio de vida. Y les acosa por la vía judicial, aún sin ningún tipo de pruebas, porque gozan de la connivencia del gobierno. Al menos, eso cuentan. Porque, como en el dichoso juego de mesa, todo se oculta tras pistas falsas. No se les ve la cara, no se saben sus gestos, ni sus facciones se intuyen tras el bigote y las gafas. En medio de todo conflicto, las mujeres llevan la peor parte. Las denuncias las llevan a la cárcel. El "bote" es el destino fatal de la partida, que acaba en violación, en el mejor de los casos.
Sientes que será preciso ir hasta el país y hablar con las personas que tienen algo que decir. Ministros, jueces, fiscales o diputados. Al principio, todas las pestañas están levantadas. Hay que hacer las preguntas adecuadas del Quién es Quién. Todos son cargos respetables, pero te sientas a "la mesa de lo más cagado del país, es que están en otro plano de corrupción. En otra dimensión, Eso es". Quien te advierte de esto es uno de los contactos, una buena persona, de excelente familia. Ahora vive de regreso en su país, pero la conociste cuando vivía en el Barrio de Salamanca y probablemente hacía un costoso master en Madrid.
Quieres contarle más, confiar, pero antes de ello, otra persona te advierte que, en estos países, las familias acaudaladas se cuentan con los dedos de una mano y acumulan el poder empresarial o político, a veces los dos. "Leches, tiene razón". Has de ser cauto.
Decides preguntar en otro lado. La alternativa es una entrevista con periodistas de agencias internacionales, o quizá con la representación de la Unión Europea, incluso con tu embajada. Otra voz te alerta de que muchos de los periodistas de las grandes agencias son viejos conocidos en el mundillo, estómagos agradecidos a sueldo de las grandes corporaciones y bien vistos por el gobierno. Sobre todo, dicen, los independientes, ésos son los menos independientes. De nuevo, precaución.
La historia con la representación diplomática no es diferente. Se dan prisa en desmarcarse. No se fían de ti. Llevas la impresión de que te ven como su contrario en el Quién es Quién. Te miran fijamente, como en el mus justo tras el reparto de cartas. No puede comprometerse relación de dos países por un asunto particular, es algo que hemos visto mil veces. Y eso, en el caso de que la historia sea cierta. O sea, que ni esto es el mus, ni ellos tu pareja. Mejor no pasar señas.
América Central, que también recuerda a Hundir la Flota, siempre haciendo apuestas: "E-3, tocado". Si suena la flauta, quizá sea el portaaviones. El de ellos, o el tuyo, que también está expuesto. Vives allí donde necesitas la ayuda de los tuyos... para saber quiénes son los tuyos.
Cierras la maleta sin saber si meter el ordenador y los documentos, o un pijamita y unas galletas de la abuela para pasar la tarde, sentados al brasero, jugando Risk.
Al final del día llegas al "Hotel". En la puerta, recuerdas que ése era el juego al dedicabas largas horas con los amigos en las huelgas estudiantiles en el instituto. Sonríes en solitario y el botones se extraña.
Se trata de un Hotel americano, habitación con alojamiento y desayuno continental.
Por fin, sientes que el desayuno es lo único seguro. Nunca has sabido qué era el "desayuno continental", ni qué otros géneros de desayuno podrían existir. Pero hoy, paradojicamente, tu duda es tu única certeza. Que ahí estará el desayuno, continental, de siete a diez de la mañana.

jueves, 4 de marzo de 2010

La Balacera


La realidad es un cesto oscuro de contenido desconcertante, capaz de volver loco a cualquiera, hasta el punto de que no hay manera de saber qué es lo cierto y qué lo fingido.
Aunque parezca real, no hay nada más ilusorio que las batallas nacidas en las veladas de lucha libre mexicana. Unos acróbatas enmascarados sobreactúan y se ofenden con el micrófono antes de enzarzarse en un combate de acrobacias aéreas, cuidadosamente ensayadas para evitarse el menor daño. Una danza atlética y estética mal maquillada de agresión soez, ante un público que abarrota los estadios, ruge y toma partido.
Como uno más, dispuesto a participar en el circo, el sábado me levanté temprano. Era uno de esos días en los que no pesan los párpados y las sábanas quieren robar, como una sanguijuela de algodón, nuestro ánimo por escapar a la calle. Encendí el televisor y sólo se discutía sobre el acto cumbre de las fiestas locales de Tuxtla Gutiérrez, la lucha libre. Bajo una identidad desconocida y la cara oculta tras un heterónimo de latex, los técnicos se baten frente a los rudos, máscaras frente a cabelleras.
Los comentarios son de un antiguo guerrero, ya anciano y célebre, Mil Máscaras, que va dejando caer, educado y elegante, su tranquila plática sobre la lucha, el alma y el cuerpo del peleador y su público.
A las ocho de la tarde, hay previstas varias luchas menores. Los debutantes llevaban impreso el miedo en los ojos, como huntado con una brocha gorda en trazos desiguales, nerviosos. Después, un título mundial femenino y, finalmente, la entrada en juego de Blue Demon Jr., heredero de la máscara y el apodo Blue Demon, imagino que su padre.
En la espera, yo cada vez tengo más calor debajo de mi careta, blanca y con un cáliz dorado, reproducción cutre de la usada por Místico, mi luchador favorito, que compré en Querétaro hace años.
Cojo mis entradas y me suboa un transporte colectivo hacia Tuxtla, risueño y ansioso por acercarme a aquellos gladiadores de pantomima.
En la entrada a la ciudad, todavía lejos de la Arena, súbitamente nos detiene un retén del Ejército. No es habitual que ocurra en Fiestas. Pasa el tiempo sin que los soldados quieran levantar la barrera. A no muchos kilómetros del cerco, el estadio debe estar en plena ebullición. Los luchadores se agarran a madrazos y se aplican severos castigos, mientras sus parejas y entrenadores padecen o disfrutan agazapados en la esquina, expectantes por la actuación de su luchador.
Desde donde yo estoy, se oyen hasta fuegos de artificio. Estallidos sordos aislados; de repente en ráfagas de cuatro o cinco detonaciones.
Sucede que no son petardos. Me informan de que hay una balacera a pocas cuadras del control militar que nos retiene.
¿De qué me intentan informar? No entiendo nada y los petardos siguen. Aunque no hay riesgo de que nos alcance níngún balazo, un militar ordena al chofer que tome el camino de vuelta.
Entonces me doy de bruces con la realidad como quien se estrella contra un cristal y cae, como hecha pezados, la idea sobre mis gladiadores enmascarados y greñudos. Una balacera es un tiroteo. Eso sí es la realidad: el disparo de un arma de fuego y los guerreros de gomaespuma que yo acudía a ver sólo son pobres actores, falsos como la máscara de tela que me hacía sudar y que me he quitado. Sudaba un sudor también falso, que en nada se parece a las gotas frías que ahora me caen por la frente, de puro canguelo.
A la mañana siguiente, busco y no encuentro señales del tiroteo en el periódico. ¿Dónde está la realidad? En la portada, Blue Demon se exhibe ante un público enardecido que celebra su victoria en la velada de la noche anterior.
Sólo una reseña en las páginas centrales parece reivindicar la muerte de dos policías y cuatro sicarios en un tiroteo.
La evidencia es clara. Blue Demon es real, portada de periódico. Conquistó el título en la noche del sábado y lo exhibe orgulloso. El tiroteo, no importa, no existe o, al menos, no cuenta.
Ésa es, oscura y desconcertante, la realidad.

lunes, 1 de marzo de 2010

The agonies of the Eurozone reflects a far more significant hidden deficit

Publicado en el Diario Guardian, el miercoles 24 de febrero de 2010
Por Timothy Garton Ash, profesor en Stanford (Hoover Institution),
catedrático de Estudios Europeos de Oxford, catedrático Isaiah Berlin del St. Antony's

So Antigone had a part in this tragedy too. That's ­Antigone Loudiadis of Goldman Sachs, who ­arranged a complex ­currency swap deal that helped Greece to conceal the scale of its debt, in what the Financial Times delicately calls "an optical illusion", as the country snuck into the eurozone. Pity Greece didn't consult someone as wise as ­Socrates; and I don't mean José Sócrates, the Portuguese prime minister, whose own country the gods – that is, the bond ­markets – are also eyeing leerily.

Joking apart, we need to recognise that this is not just the first great test of the eurozone but also a defining moment for the whole project of a European Union. Since this is Europe, not Apollo 13, failure is definitely an option. More likely, however, is an agonised muddling through, leaving our old and demographically ageing continent even more preoccupied with its own internal problems. And the world will not wait while we spend another decade ­navel-gazing. Call me Cassandra, if you will, but that's how I see it.

No special gift of prophecy was needed to foresee the dilemmas that now face the eurozone. They were extensively debated before it was launched. I wrote in 1998 that monetary union was "an unprecedented, high-risk gamble", and argued that it was the wrong priority for Europe at that time. Subsequently, I was lulled into a false sense of security by the euro's apparent success, and by the practical and symbolic pleasures of travelling around the continent with just one ­currency in my pocket.

Now we have the predicted difficulties. As George Soros observes, a "fully fledged" currency needs not just a ­central bank but also a treasury. It requires a degree of fiscal as well as monetary discipline, linked with the capacity to make fiscal transfers to ­suffering areas (complemented by labour mobility from those areas), as you have in a country like the United States or the United Kingdom.

To survive and prosper, a European monetary union must develop at least a stronger element of economic union, and that in turn requires a stronger element of political union. Which, by the way, was one of the main motives for some of the chief political architects of what was then deliberately called "economic and monetary union", including François Mitterrand and Helmut Kohl. This was not just, as is often said, Europe putting the (monetary) cart before the (political) horse. It was an attempt to use the cart to bring on the horse. It was the last big fling of the so-called ­"functionalist" approach, by which you build a politically integrated Europe through economic integration. Broadly speaking, that worked for half a century, from the 1950s to the 1990s; but in this case, it has not. Not unless this crisis catalyses further steps of integration, as earlier crises sometimes have.

By its mendacious and self-harming profligacy, Greece has precipitated the crunch. Greece is unique, even among the Pigs (Portugal, Italy/Ireland, Greece, Spain), in its combination of massive deficit (an estimated 12.7% of GDP last year) and massive debt (some 125% of GDP and rising). It has not only lived beyond its means; it has used its years in the eurozone to become even less competitive, in starkest contrast to ­Germany. According to one calculation cited by the Financial Times's Martin Wolf, between 2000 and 2009 Greek unit labour costs rose by 23% against Germany's.

Yesterday, the country was hit by the second general strike in two weeks, and we ain't seen nothing yet. Greece has promised its eurozone allies to get its deficit down from 12.7% to 8.7% this year. Oh yes, and pigs can fly. Or call on Goldman Sachs for some more optical illusions. Even if the Greeks let their government do the right thing, such deep cuts, as well as structural reforms, can make things worse before they get better. Meanwhile, it seems the Greek government needs to borrow some €55bn this year, up to half of it within the next three months. What if the gods (bond markets) grow angry, and decline to play?

Well, that third act has not been written. Anything could happen. But my guess is this: through gritted teeth, Germany will agree to some form of eurozone bailout. However, it will only support the minimum needed to ­placate the gods, and only with the most astringent, Creon-like conditions being imposed on Greece. It is an ­important but ultimately secondary question whether this help comes in the form of bilateral loans, loans from the European Investment Bank, purchases of Greek government debt, EU ­spending transfers, jointly issued eurobonds or any of the other mechanisms ­suggested. EU leaders will deny that this is a ­bailout and everyone will know that it is a bailout.

Both Greeks and Germans will then be furious. One well-placed diplomatic observer in Athens suggests to me that, as part of the European supervision of Greece's fiscal discipline, "there'll be a German under every desk". Just don't mention the war. Except that Greece's deputy prime minister, Theodoros Pangalos, already has. Recalling the Nazi occupation, he said earlier this week: "They took away the gold that was in the Bank of Greece, they took away Greek money, and they never gave it back. This is an issue that has to be faced sometime in the future."

To which furious Germans will reply: "They took away our d-mark, and nobody asked us if we wanted to give it up. We were assured, in ­solemn treaties and ­rulings of our constitutional court, that we'd never have to bail anyone out. We took 10 years of painful reform to make ourselves competitive again, while those Pigs lived high on the hog. Now we're being asked to work till age 67 so the Greeks can ­retire at 63." And so on.

Eurozone Europeans are big and grownup enough to get over this, but it will take a large toll of effort, anger and internal strains. In the long run, the ­crisis might even make the eurozone a little stronger, adding an element of what is carefully called "economic governance" (which means different things in French and German).

In the meantime, European economic growth is limping while Asians forge ahead. The always over-ambitious goal of the 2000 Lisbon agenda, to make Europe the world's most competitive knowledge-based economy by 2010, looks ridiculous now, in 2010. And Europe's economic and political ­weakness compound each other.

Behind the monetary lurks the fiscal; behind the fiscal, the economic; behind the economic, the political; and behind the political, the historical. The deepest reality underlying this crisis is that the personal experiences and memories that have pushed European integration ahead for 65 years, since 1945, are ­losing their force. The personal memory of war, occupation, humiliation, ­European barbarism; fear of Germany, including Germany's fear of itself; the Soviet threat, the cold war, the "return to Europe" as a guarantee of hard-won freedom; the hope of restored European greatness.

These were massive biographical motivators, which drove people like Mitterrand and Kohl even unto the euro. Can Europeans go on building Europe without such profound motivators? Are there new ones in sight?