viernes, 29 de octubre de 2010

Cuando yo era chico...

Cuando yo era chico, mi mundo era una barriada. Los viejos llevaban yersis como los de Marcelino. Cuando yo era chico, no sé por qué, en mi tierra hacía más frío. Las casas eran más feas, la ropa se tendía en los balcones que daban a la calle y las mujeres se ponían rulos. Cuando yo era chico, los cristales de las gafas eran gordos y las monturas pesadas y doradas. O pesadas y de pasta marrón. Cuando yo era chico, había una sede de cecé oó en frente de casa de mi abuela que tenía un teatro y una emisora de radio. Yo no sabía lo que podía ser eso, pero siempre tuve la sensación de que allí pasaban cosas importantes.

Cuando yo era chico y no había mercadona, mi abuela me mandaba a la galería a comprarle fruta a Fernanda. La galería estaba frente a la sede de comisiones. Más de un día, me metía en aquel teatro entonces ya desconchado, pensando que fuera a haber un programa de radio en directo, o un teatro de variedades, o una conspiración de obreros. Es que cuando yo era chico, era libre y tenía mucha imaginación.

Cuando yo era chico, mi abuelo veía Informe Semanal.

Informe Semanal, tiene gracia. Cuando Marcelino cumplió noventa años, Informe Semanal le hizo un reportaje. Ese día me reencontré con el mundo de cuando yo era chico. El mundo de Marcelino, que fue la barriada de Carabanchel y el patio de las monjas. Un quinto sin ascensor, sesenta metros cuadrados y su compañera josefina. La ropa tendida, los yersis gordos de punto, tejidos con lana de la que pica.

Se murió Marcelino, el hombre que luchó. Pobre y libre. Con el puño levantado. Sin dejar de luchar jamás, porque vivir pobre después de haber sido casi todo en nuestra democracia es no dejar de luchar.

Cuando yo era chico, Marcelino ya era muy viejo. Pero los dos éramos libres. Yo, gracias a él. Él, gracias.

Gracias, Marcelino

Marcelino Camacho ha muerto

Obtenido del blog de Santiago González (El Mundo, 29 de octubre de 2010)
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elblogdesantiagogonzalez/2010/10/29/marcelino-camacho-ha-muerto.html

Se llamaba Marcelino Camacho Abad, tenía 92 años y era un buen tipo, un sujeto decente, un hombre honrado. La gente de mi generación creció sentimental y políticamente entre las entradas y salidas de Marcelino, el obrero de la Perkins, de la cárcel de Carabanchel y los jerseis de punto gordo y cuello alto que le tejía Josefina para que no pasara frío en el talego. Perteneció a una generación de comunistas que valoraba la libertad, quizá porque se la jugaba y la perdía casi a diario.

Condenado a veinte años en el Proceso 1001, que comenzó el mismo 20 de diciembre de 1973, en el que ETA asesinó a Carrero Blanco, salió a la calle en uno de los primeros ensayos de aministía política del presidente Suárez. Fue elegido diputado en el Congreso en las listas del PCE el 15 de junio de 1977 y el 14 de octubre del mismo año fue el portavoz del Grupo Comunista y la estrella del debate sobre la Ley de Amnistía, que se votó y aprobó al día siguiente con la abstención de Alianza Popular.


Algunos hechos de aquellos días: Una semana antes de la aprobación de la Ley, el 8 de octubre, era asesinado por ETA el presidente de la Diputación General de Vizcaya, Augusto Unceta, y los guardias civiles de su escolta. Esto debió de pesar en el ánimo de los legisladores, al establecer como fecha límite para beneficiarse de la Ley el 6 de octubre, dos días antes del asesinato. Los efectos prácticos fueron los mismos, porque un efecto colateral de la Ley de Aminstía fue que el asesinato de Unceta y sus escoltas no fue esclarecido policialmente. Sus autores no fueron detenidos; ni siquiera identificados.

Aquel mismo día, 8 de octubre, se cumplían diez años de la captura del Ché Guevara en Bolivia y de su asesinato en la escuela de La Higuera. Diez días más tarde, tres después de la aprobación de la Ley en el Congreso, el Club Siglo XXI tuvo un acto muy significativo. El presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne, presentó una conferencia de Santiago Carrillo Solares, secretario general del Partido Comunista. Fue un acto simbólico de gran importancia, protagonizado por dos hombres que tuvieron un papel estelar en la Transición: Fraga, al encarrilar a la derecha franquista por la vereda constitucional y Carrillo, al hacer lo propio con la izquierda.

"El conferenciante que les voy a presentar", dijo Fraga, "es un comunista de tomo y lomo". Una semana antes de la aprobación de la Ley, las dos Españas se habían amnistiado mutuamente. Fraga perdonó a Carrillo lo de Paracuellos y Carrillo a Fraga haber estado en el Consejo de Ministros en el que se firmó el enterado de la pena de muerte contra Julián Grimau.

El día 14 de octubre de 1977, Marcelino Camacho, con la corbata que la clase obrera se ponía para las grandes ocasiones, subió a la tribuna del Congreso para defender con un discurso apasionado la amnistía, una bandera que había alzado en solitario el Partido Comunista desde el mes de junio de 1956, en el que el Comité Central aprobó la Política de Reconciliación Nacional propugnada por Carrillo. Aquel año, los artistas plásticos del PCE recorrían España con una exposición colectiva sobre la amnistía. Recordarán el cuadro de Genovés de los abrazos. El día 27 de aquel mes de octubre se firmaron los pactos de La Moncloa. En fin, hechos que los comunistas de hoy han olvidado, precisamente en nombre de la Memoria.

Con el fin de honrar su memoria con mi recuerdo y de paso recordar los hechos, vuelvo a colgar la intervención parlamentaria de Marcelino Camacho, recogida del Diario de Sesiones del congreso de los Diputados:


Pleno del Congreso de los Diputados. 14 de octubre de 1977. Debate de la Ley de Amnistía. Intervención del diputado comunista Marcelino Camacho Abad*:

El señor CAMACHO ABAD: Señor Presidente, señoras y señores Diputados, me cabe el honor y el deber de explicar, en nombre de la Minoría Comunista del Partido Comunista de España y del Partido Socialista Unificado de Cataluña, en esta sesión, que debe ser histórica para nuestro país, en honor de explicar, repito, nuestro voto.

Quiero señalar que la primera propuesta presentadaenesta Cámara ha sido precisamente hecha por la Minoría Parlamentaria del Partido Comunista y del P. S.U. C. el 14 de julio y orientada precisamente a esta amnistía. Y no fue un fenómeno de la casualidad, señoras y señores Diputados, es el resultado de una política coherente yconsecuente que comienza con la política de reconciliación nacional de nuestro Partido, ya en 1956.

Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los 'unos a los otros, sinoborrábamos ese pasado de una vez para siempre?

Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a lo largo de estos cuarenta años de dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, ala única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos resueltos a marchar hacia adelante en esa vía de la libertad, en esa vía de la paz y del progreso.

Hay que decir que durante largos años sólo los comunistas nos batíamos por la amnistía. Hay que decir, y yo lo recuerdo, que en las reuniones de la Junta Democrática y de la Plataforma de Convergencia, sobre todo en las primeras, se borraba la palabra "amnistía" ; se buscaba otra palabra porque aquella expresaba de alguna manera -se decía- algo que los comunistas habíamos hecho, algo que se identificaba en cierta medida con los comunistas.

Yo recuerdo que en las cárceles por las que he pasado, cuando discutíamos con algunos grupos que allí había de otros compañeros de otras tendencias -que después alguna vez la han reclamado a tiros- estaban también en contra de la palabra «amnistía».

Recuerdo también un compañero que ha pasado más de veinte años en la cárcel : Horacio Femández Inguanzo, a cuyo expediente se le llamó “e1 expediente de la reconciliación”, yque fue condenado a veinte años en 1956. Cuando monseñor Oliver, Obispo auxiliar de Madrid, nos visitaba en 1972 en Carabanchel, y le hablaba del año de reconciliación que abría la Iglesia, Horacio le decía: “Si quiere ser consecuente la Iglesia con la reconciliación, debe pedir también en este año la amnistía, ya que lo uno sin lo otro es imposible”. Y le explicaba que él había sido condenado a veinte añoscomodirigente del Partido Comunista de Asturias, precisamente por la amnistía, y que su expediente se llamó “el expediente de la reconciliación”.

Hoy podríamos citar más compañeros aquí: Simón Sánchez Montero y tantos otros, que hemospasado por trances parecidos, pero hoy no queremos recordar ese pasado ; hemos enterrado, como decía, nuestros muertos y nuestros rencores, y por eso, hoy, más que hablar de esepasado, queremos decir que la minoría comunista se congratula del consenso de los Grupos Mixto, Vasco-Catalán y Socialista, y hubiéramos deseado también que éste fuera un acto de unanimidad nacional.

Todavía yo pediría a los señores de Alianza Popular que reconsideren este problema. Nosotros afirmamos desde esta tribuna que ésta es la amnistía que el país reclama y que, a partir de ella, el crimen y el robo no pueden ser considerados, se hagan desde el ángulo que sea, como actos políticos. Por eso hacemos un llamamiento a nuestros colegas de Alianza Popular de que reconsideren su actitud en este acto que debe ser de unanimidad nacional. En esta hora de alegría, en cierta medida, para los que tantos años hemos pasado en los lugares que sabéis, sólo lamentamos que, en aras de ese consenso y de la realidad, amigos, patriotas, trabajadores de uniforme, no puedan disfrutar plenamente de esta alegría. Desde esta tribuna queremos decirlo, que no les olvidamos y que esperamos del Gobierno que en un futuro próximo puedan ser reparadas estas cuestiones y restituidos a sus puestos.

También a las mujeres de nuestro país queremos indicarles que si hoy no se discute este problema, que si en esta ley faltara la amnistía para los llamados “delitos de la mujer”:adulterio, etc., les queremos recordar que el Grupo Parlamentario Comunista presentó una proposición de ley el 14 de julio que creemos que es urgente discutir y que vamos naturalmente a discutir. Pero, es natural, señoras y señores Diputados, que tratándose de un militante obrero, en mi caso, si hablaba antes de que era un deber y un honor defender aquí, en nombre de esta minoría, esta amnistía política y general, para mí, explicar nuestro voto a favor de la amnistía, cuando en ella se comprende la amnistía laboral, es un triple honor.

Se trata de un miembro de un partido de trabajadores manuales e intelectuales, de un viejo militante del Movimiento Obrero Sindical, de un hombre encarcelado, perseguido y despedido muchas veces y durante largos años, y, además, hacerlo sin resentimiento.

Pedimos amnistía para todos, sin exclusión del lugar en que hubiera estado nadie. Yo creo que este acto, esta intervención, esta propuesta nuestra será, sin duda, para mí el mejor recuerdo que guardaré toda mi vida de este Parlamento.

La amnistía laboral tiene una gran importancia. Hemos sido la (clase más reprimida ymásoprimida durante estos cuarenta años de historia que queremos cerrar. Por otra parte, lo que nos enseña la historia de nuestro país es que después de un período de represión, 'después de la huelga de 1917 y la represión que siguió; después de octubre del treinta y cuatro y la represión que siguió, cada vez que la libertad vuelve a reconquistar las posiciones que había perdido, siempre se ha dado una amnistía laboral. Yo he conocido -mi padre era ferroviario en una estación de ferrocarril- que en 1931 todavía ingresaban los últimos ferroviarios que habían sido despedidos en 1917.

La amnistía laboral, pues, está claro que es un acto extremadamente importante, conjuntamente con la otra. Si la democracia no debe detenerse a las puertas de la fábrica, la amnistía tampoco. Por eso el proyecto de ley que hoy vamos a votar aquí tiene, además de la vertiente humana y política, otra social y económica para nuestro país.

Francia e Italia, al salir de la II Guerra Mundial, para abordar la reconstrucción nacional y la crisis, necesitaron el apoyo y el concurso de la clase obrera. Días pasados los representantes del arco parlamentario dieron los primeros pasos en esa vía ; la amnistía laboral será el primer hecho concreto en esa dirección que marcan los acuerdos de la Moncloa. No hay que olvidar que salimos de una dictadura en medio de una grave crisis económica, y que todos estamos de acuerdo en que hay que ir al saneamiento de la economía y a la reconversión nacional también, que esto no es posible sin el concurso de los trabajadores, que hay que llevar por ello este espíritu de la Moncloa al hecho práctico concreto de esa realidad.

Señoras y señores Diputados, señores del Gobierno, lo que hace un año parecía imposible, casi un milagro, salir de la dictadura sin traumas graves, se está realizando ante nuestros ojos;estamos seguros de que saldremos también de la crisis económica, que aseguraremos el pan y la libertad si se establecen nuevas relaciones obrero-empresariales y si un código de derecho de los trabajadores las garantiza ; si conseguimos de una vez que los trabajadores dejemos de ser extranjeros en nuestra propia patria. Sí, amnistía para gobernar, amnistía para reforzar la autoridad y el orden basado en el justo respeto de todos a todos y, naturalmente, en primer lugar, de los trabajadores con respecto a los demás.

Con la amnistía saldremos al encuentro del pueblo vasco, que tanto sufre bajo diferentes formas, de todos los pueblos y de todos los trabajadores de España. Con la amnistía la democracia se acercará a los pueblos y a los centros de trabajo. La amnistía política y laboral es una necesidad nacional de estos momentos que nos toca vivir, de este Parlamento que tiene que votar. Nuestro deber y nuestro honor, señoras y señores Diputados, exige un voto unánime de toda la Cámara. Muchas gracias.

* El Diario de Sesiones del Congreso tiene un error en este punto. Donde debería decir Camacho Abad dice Camacho Zancada, que era el nombre del diputado de UCD por Ciudad Real Blas Camacho Zancada. desde aquí se pide modestamente a José Bono, presidente del Congreso que proceda a subsanar el error.

Dos historias para creer

En el festival de cine de Valladolid se proyecta una película sobre Amina, una pequeña de Brooklyn nacida en 2002, hija de unos artistas europeos que decidieron documentar el proceso por el que de ellos iba brotando una nueva vida. A los pocos meses de venir al mundo, Amina desarrolló una leucemia contra la que no pudo, pese a que batalló por varios años. Entre los padres de Amina y Bárbara, la autora del documental y testigo y parte del proceso, decidieron continuar la grabación, aún sabiendo que el argumento de la historia había cambiado por completo.
La situación se terminó llevando a Amina y también a la familia que tanto la esperó, que acabó arrastrada por un sino demasiado cruel, demasiado jodido.
También acabó con las fuerzas de Bárbara, que condenó las cientos de horas grabadas a una esquina del desván del que jamás saldrían. Puede ser que le culpaba por algo de lo que nadie es responsable. Quizá ya no tuviera sentido contar la historia.
En otro tiempo, en un lugar cercano a Brooklyn, nació otra pequeña llamada Kari. Su madre, una joven sin recursos, tuvo que darla en adopción y Kari vivió desde entonces en Long Island, feliz con una nueva familia. Cuando tenía 12 años, su madre adoptiva falleció, dejándole unos pocos datos sueltos y poco conexos, con los que apenas podía trazar el camino de regreso a su origen biológico. Puedo imaginarme que durante los diez años siguientes de búsqueda, empleando todos los medios a su alcance, el número de preguntas e incertidumbres se hizo infinitamente más pesado que las pocas respuestas que podía darle un trozo de papel que contenía los apellidos, edad y el lugar de procedencia de una mujer que quizá ya no existiera. O quién sabe si alguna vez existió.
Con el tiempo, Kari había perdido a su madre adoptiva y la esperanza de encontrar a su madre natural. Pero no dejó de buscar, aún de las maneras cada vez más ilógicas.
Este verano pasado, alguien le sugirió que buscara en Facebook. ¿Por qué no? Delante del ordenador, tecleó sus apellidos e incluyó los pocos datos que tenía: el nombre del barrio de su hospital y poco más. Era absurdo, ¿cuántas Allison habría en Nueva York? Sin embargo, apareció una imagen idéntica a la suya. Kari escribió una carta temblorosa, explicando cómo, dónde y cuándo nació, preguntándole a aquella imagen desconocida, si no tendrían algo en común, si no tendrían cosas de qué hablar. Tres horas después, con la respuesta al mensaje, Kari recuperó la fe y conoció a su madre. Con la enloquecida fuerza del desaliento.
Con la misma fuerza y la misma falta de fe, Bárbara, ocho años después, sacó las películas de Amina del desván. Y se encerró con un ordenador, seguramente sin pensar que aquella historia merecía ser contada. Sin esperanzas, cerró un círculo con la dureza y la ternura de la vida real, en la que se podrán mirar todas las personas que sufren y resisten y encontrar, por lo menos, un motivo para unirse y seguir luchando.
No sólo eso. Todos podemos aprender de Bárbara y Amina, como de Kari y Allison.
Aprendamos que, en esta puñetera vida, tenemos permiso para casi todo. Para enfadarnos o presumir. Para ser optimistas atormentados o pesimistas insolentes. Para insultar. Para dar marcha atrás, recapacitar, y reemprender la marcha ilusionados, expectantes o desesperanzados. Con nuevos métodos o los de siempre. Licencia de ser ortodoxos, pícaros, creativos o simplemente tercos.
Pero nunca se debe abandonar. Porque todo muro tiene un hueco. O se puede atravesar, o saltar o tirar de un cabezazo. Y toda puerta tiene un felpudo y una llave debajo que la abre. Quizá, dijo Ángel González, sea necesario un ancho espacio y un largo tiempo. Está bien.
Pero en el éxito de todos los fracasos, en la enloquecida fuerza del desaliento… aún nos quedan razones para creer.

viernes, 22 de octubre de 2010

La vida de nuestros padres


Marisol se ha hecho jefa de la policía con 20 años. Una estudiante de 20 años quiere ser la ley en un pueblo del Valle de Juárez, un campo de batalla que se disputan el Cártel de Sinaloa, de El Chapo Guzmán; el Cártel de Juárez de Vicente Carrillo; el Cártel de los Beltrán Leyva y Los Zetas.
Está ahí porque nadie más se atrevió con la placa de sheriff. Ella dice que lo único que quiere es no vivir peor que sus padres, aunque tiene miedo y siente el peligro.
Precisamente de peligro habla las muertes chiquitas, un trabajo de investigación de una fotógrafa catalana que se expone ahora en Nueva York. Habla de la relación entre el peligro y la sexualidad; el peligro y la cultura; el peligro y la compra en el supermercado. Habla de vivir en el peligro de un México en el que ser mujer, en ciertos lugares, es un peligro en sí mismo. De cómo hacer para tener una rutina que incluye necesariamente armas, disparos, drogas, amenazas. Habla de la necesidad del ser humano de sobrevivir y de su capacidad para hacerlo.
Sobrevivir, una expresión que me encanta. Y una facultad que no sé si me gusta demasiado. Confieso que siempre me fascinó la habilidad del ser humano para crear una realidad digerible a partir del inderogable hecho de que el sol sale todas las mañanas y hay que seguir viviendo. Esto es, mi compañero de piso –por ejemplo- pasó su infancia en el sur de El Líbano, en plena guerra civil. Para él, las bombas cayendo a pocos metros de su casa son un recuerdo de infancia. Como para mí los helados de vainilla y fresa de las campanas a setenta y cinco pesetas, o los dulcipicas del carrillo de María. Admirable.
Pero pasa que vamos demasiado lejos en el desarrollo de este instinto. Llevamos la supervivencia al grado de caradura e impunidad. No hablo de quienes roban, delinquen, nos insultan y amedrentan, sino de nosotros quienes, indiferentes, lo permitimos, primero y lo olvidamos, inmediatamente después.
No han pasado ni dos años en Estados Unidos y ya nadie se acuerda de todos los que estuvieron metidos en el ajo del escándalo de las hipotecas basura. No se habla de los compradores inconscientes, que no se preocupaban por el coste de la hipoteca a partir del segundo año. Ni de los agentes que vendían los créditos, a quienes les importaba bien poco si la persona que se llevaba la casa tendría un sueldo para pagar la hipoteca al mes siguiente. Ni de los banqueros, que sabían que aquellos préstamos eran impagables y contrataron a otros bancos para que maquillaran aquella basura y se la vendieran a otros codiciosos ignorantes.
Todos aquellos que estuvieron en el ajo siguen trabajando, ahí mismo, donde estaban, con los mismos sueldos y las mismas ambiciones. Y no nos importa nada.
Aquello no es lo único que quedó en anécdota”, me recuerda una amiga que me ha invitado a desayunar. Tampoco a nadie le importa ya el vertido de petróleo en el Golfo de Méjico. Dos meses después de la mayor catástrofe natural de la historia de Estados Unidos, el New York Times, el diario de referencia del progresismo, no hace ni una sola referencia.
Nadie ha dimitido en BP, después de los primeros días. El gobierno pasa de reformas legislativas, vaya que la economía se resienta. No hay manifestaciones, ni nadie discute en la televisión sobre la enorme mancha de alquitrán. Está en medio del mar, eso es todo.
Sólo a lo lejos, se oye a una manifestación. A lo lejos. Es Francia, que grita. Algo de esperanza. ¿los motivos? Evitar la reforma de las pensiones. Evitar el aumento de la edad de jubilación de 60 a 62 años; de 65 a 67 si no se ha cotizado suficiente.
En la televisión, los jóvenes gritan. Aún no han trabajado y no saben si podrán hacerlo, si algún día quieren. Pero ya piensan en jubilarse.
Miles de jóvenes detrás de una pancarta que reza “no queremos vivir peor que nuestros padres”. Curiosamente, las mismas razones que Marisol tiene para luchar en Juárez.
Qué distintas maneras de sobrevivir. No sé si me he explicado.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Por el largo caminito

A mi tío Abel Miranda, que descansa sentado en una piedra, al final de su camino


Desde las siete menos diez suena el despertador cada cinco minutos. Mecánicamente lo apago. “Levántate clavo. No, que estoy clavado…”. Sé que me había prometido salir temprano de casa esta mañana. Que llegaría por una vez con tiempo a mis citas y no olvidaría el móvil, la cartera o las llaves por culpa de las prisas.
El sol aún no ha salido, pero entra una raja de claridad por la ventana que apunta directamente al lateral de la cama, donde están los restos de un tiramisú de supermercado a medio comer. A nadie que me conozca le extrañará que me llevara el postre al dormitorio, que varios trozos se me cayeran por el suelo y ahora todas las hormigas de Nueva York disfruten de un festín de bizcocho y queso mascarpone. Para el duro invierno, imagino.
En ese primer momento en el que uno apenas puede con el peso de sus párpados es cuando sobrevienen todos los problemas habituales, agravados por el hecho de que hagas lo que hagas, probablemente mañana seguirán ahí. Exactamente igual que ayer. Los sueños que te estremecieron durante la noche, y que hasta hace un minuto parecían pura realidad progresivamente se disipan y olvidan. Has volado, o planeado al menos. Has buscado desesperadamente un baño, sin encontrar ninguno. Te has peleado, has regresado al colegio, has llegado tarde a exámenes de asignaturas que creías haber pasado hace años o has ido al trabajo descalzo – o peor aún, desnudo-.
Esta mezcla de sueño y vigilia te nubla la vista y, sentado en la cama, plantas un pie en tierra y te preguntas “¿Por qué?”.
Y en el suelo, hormigas. Describiendo una línea sorprendentemente larga que las trae y lleva de algún lugar ellas conocen y yo no. Siete y trece de la mañana y, con seriedad y entusiasmo – eso me pareció-, cargan bizcocho embarradas de pegajoso sirope hasta las patas y reemprenden el viaje. Ninguna protesta. Muchas han muerto o agonizan pegadas en el lateral del vaso unas; otras bajo el dedo gordo de mi pie izquierdo.
Las piso contrariado, enfadado. Les tengo tanta envidia que les retiro el dulce que ellas aún quieren disfrutar (también por una prosaica necesidad higiénica). Envidia de su facilidad para encontrarle sentido a sus vidas. Para que les merezca la pena sacrificarse por un trozo de un postre industrial fabricado en alguna factoría de Michigan con todos los conservantes y colorantes del mercado. De que les baste con mirar las antenas de la hormiga inmediatamente anterior para tomar sus decisiones. De que ni siquiera tengan decisiones que tomar. De que no puedan ser conformistas, ni rebeldes, ni intelectuales, madres de familia, paradas, jubiladas, enfermas o enfermeras. Sin una razón para levantarse, ni demasiadas para tener que hacerlo.
Su destino se cumple con hacer la fila. Después pueden morir tranquilas.
No pasan ni dos minutos desde que retiro el vaso, cuando ya no queda rastro de ni una de ellas. Quizá unas pocas que cargan chocolate que, por lo que se ve, es más pesado y trabajoso que el bizcocho.
Al regresar de la ducha, barro los restos del combate contra las hormigas y contra mis propias miserias. Unas las dejo en la basura. Las otras son las piedras de mi camino, con las que tropiezo muchas más de dos veces. Están iluminadas por un sol que ya se mete con terquedad por la ventana. Mientras las recojo cuidadosamente y las cargo en mi mochila sigue retumbando en mi mente la misma pregunta: "¿Por qué?".
Por qué cargar todas las miserias y hacia dónde cargarlas. mis tareas por hacer, mis trabajos por entregar, las llamadas pendientes a mi madre; mis frustraciones, mis amores y desamores –que también pesan-, todas tienen su hueco.
Con un termo de café, con la mochila cargada y sin respuestas, bajo a la calle y tomo mi camino de todos los días. El largo caminito que me trae y lleva de un lugar que nadie conoce ni yo tampoco, hasta que desaparezco entre un río de gente. Como otra hormiga cualquiera, pero consciente de que me asomo al abismo de saber que llevo en la mochila piedras para comer. ¿Y por qué? Porque de lo que se come se cría, puede ser.