jueves, 23 de febrero de 2012

La cagada


Los más mayores probablemente se acuerden de aquel balón que llegó en el centro del área a los pies de Cardeñosa. Frente a él, la portería de la selección de Brasil completamente  vacía. Burlado el portero con un cabezazo de Santillana, un minúsculo defensa se interponía entre Cardeñosa y la historia del fútbol. Como tenía el pelo espigado y cara de listillo, todos esperaban que supiera aprovechar la enorme portería. El gol habría eliminado a Brasil y catapultado a España. Pero falló. No sólo eso, la cagó. De una forma que no se ha olvidado, hasta tal punto que a ese error se le conoce como el “Gol de Cardeñosa”.
No mucho después, la Selección de España llegaba a la Eurocopa de Francia de 1984 un poco desorientada. Un par de años antes, en 1982, se había celebrado en nuestro país el campeonato mundial con solemne ridículo de nuestro equipo. Por eso esta vez no había muchas expectativas. Sin embargo, se consiguió llegar hasta la final. Y muy al final de ese partido, una falta chutada por Platini, blandita para el portero, se escurrió inexplicablemente de las manos de Arconada. Gol. Desde aquel día, en Francia, cuando alguien la caga de manera considerable, se le llama faire l’Arconada.
Cómo se irían a la cama aquel día los dos, señalados por todo un país, objeto de mofa para el resto del mundo.
El deporte sirve como una pizarra donde explicar cómo sucede casi todo en esta vida. Un espejo verde que refleja la diferencia entre la victoria y la derrota. Y entre la derrota y la cagada, entre el dolor y el ridículo. Cuántos deportistas no han lanzado fuera del aro en el último segundo.
En la vida sucede que uno la caga a menudo. En el trabajo, con la familia, con los amigos. Es una sensación descorazonadora que comienza con un tímido sudor frío. Algo que parecía controlado comienza a torcerse y, antes de que uno se dé cuenta, un temblor en las piernas, una ansiedad provocada por el sentimiento de culpa: “debí estudiar más, trabajar mejor, decirle que la quería”, la boca seca y sin palabras para pedir disculpas.
Me pregunto si todo eso sirve para algo. El error es, sin duda, el motor del progreso. Sólo de la equivocación nace el propósito de enmienda, los experimentos, la cooperación para superar las dificultades. Es motivador ver cómo el cervatillo Bambi cae varias veces al suelo antes de tenerse sobre sus trémulas patitas. Eso es cierto. Pero, ¿y de las cagadas? De las profundas, sonrojantes, solemnes e hilarantes estupideces sin moraleja, ¿aprendemos algo?
Demasiadas veces todo sale tan mal y el resultado es tan grotesco, que tendemos a culpar al destino, a los otros o a la suerte de lo que nos ha pasado. Otras veces nos hundimos en nuestro propio sentimiento de culpa tan hondo que nadie pueda hacernos caer más. Y ahí nos quedamos, para siempre, cómodos en nuestra miseria. Creemos que sólo desgarrándonos a nosotros mismos podremos recuperar la dignidad en el salón de casa y ante nuestra familia.
Aunque pueda parecer una defensa útil para sobrevivir, nada de esto es cierto, más allá de que alguien merezca una disculpa y procuremos no repetir nuestra jugarreta demasiado a menudo.
En aquella Eurocopa del ’84, Arconada salvó a España con paradas a bocajarro partido tras partido. Y aunque en la vida, como en el deporte, se nos recuerde por nuestros peores fallos, no hay nadie que sea sólo cagadas. Incluso si así fuera, también ésas son parte de nosotros, del pequeño monigote que nos habita y no es bueno ni malo, pero que sí nos hace reírnos de aquel día cuando, con todo de cara para el éxito, en vez de chutar a gol, cual zapatones mandamos la pelota a las nubes. La volvimos a liar.
Se trata de aceptar que somos vulnerables, torpes y casi siempre confiamos demasiado en la suerte. No nos hagamos sangre.
Y por favor, un día con los amigos, contémoslo en el bar.

jueves, 9 de febrero de 2012

Entre Gila y Clint Eastwood



Que Clint Eastwood es un señor con mucho talento es una obviedad. Sin embargo, creo yo que si el célebre actor y director hubiera nacido en Cuenca en vez de en California, otro gallo le hubiera cantado. En España, un tío con esa cara, gesto torcido, matón, condescendiente y antipático es un concepto que no se comprende, que no tiene venta. Y eso no es bueno, ni malo. Es más bien una cuestión cultural. Aquí, hasta Paco Rabal, con su nariz quebrada en una trifulca de juventud, su mirada mohína y profunda y sus manos callosas, tenía su vis cómica, su perfil de chufla.
Es, insisto, una cuestión cultural.
Por esa misma razón, un artista amanerado y bizarro, un inadaptado, llega a ser un venerado mito en Estados Unidos, al que generaciones enteras adoran, mientras que en este país nuestro se le consideraría un loco, un demente trastornado por el levante, un majareta. Y no digo que Warhol fuera un ejemplo de lo primero, ni el Pozí ejemplo de lo segundo, sino que el ámbito de lo cultural lo moldea y lo comprende todo, porque está ligado al universo que en cada país se representa, en cada tierra, se traza como imaginario común.
Por eso no debe sorprendernos que problemas similares, e incluso el mismo problema, en ambos países den lugar a consecuencias completamente distintas. Son, simplemente, respuestas “culturales”.
Eso es lo que pasa con la crisis, por ejemplo. Llevamos casi tres años hablando de ella en todo el mundo, como si fuera una y la misma cosa en todas partes. En parte, es cierto. Espero que nadie se crea que hay muchas diferencias entre las causas del problema que sufre Estados Unidos y las del que padecemos en España. Bien que aquí la tasa de paro es muy elevada y existe una economía sumergida superlativa, mientras que allí ha quebrado el sistema financiero y la deuda exterior es simplemente insostenible. Pero al final del cuento, en ambos países se padece un absoluto descrédito del sistema político, una crisis continuada del mercado inmobiliario y una irremediable sensación de que nos han estado robando todos aquellos que pidieron prestado a los bancos para invertir, se llenaron los bolsillos y dejaron tras de sí un reguero de empresas en quiebra. En fin, misma zorra con distinto collar.
Ahora bien, que la causa del problema sea la misma, ¿significa que la solución a ambas situaciones irá por el mismo camino? Yo creo que no.
En Estados Unidos, la película del resurgir deberá pasar por reflotar su industria. Dar un puñetazo en la mesa, apretar los dientes, producir más y competir más. Ganar las olimpiadas de Londres, hacer que Boeing facture más que Airbus. Como en las pelis de Spielberg, domar a los dinosaurios, matar al Terminator, salvar al soldado Ryan.
Claro, en España, la respuesta no puede ir ligada a un do de pecho. No va con nuestro carácter. Cuando quisimos adoptar el estilo chulesco nos dimos con la puerta en las narices: la Armada Invencible, la Guerra de Cuba y Filipinas, el desembarco de Annual. Nunca fue lo nuestro ir de chulitos por la vida, lo cual no significa que siempre nos fuera mal, ni mucho menos. La clave aquí es que nuestro estilo es otro: más sibilino y sutil. El primer ejército que venció a Napoleón fue el español, en una guerra librada con el tacto y el olfato, con la prudencia de conocer palmo a palmo la arcilla del terreno. De aguardar cobijado en el recodo del camino. De ser pícaro y esperar.
Conociendo nuestra historia, no pretendamos tener la claridad de enfoque de los alemanes, ni las ínfulas de los franceses, ni la determinación de los americanos. No es nuestro estilo.
Estos últimos días ha dado la vuelta al mundo un anuncio de televisión de la General Motors que se ha emitido en la final de la liga de fútbol americano. En él, Cint Eastwood anima a los americanos a derrochar fuerza y determinación para que el mundo les oiga, a luchar sin descanso y no caer en el primer asalto, hasta dominar el mundo. Conozco a mucha gente que se ha quejado de que en España no haya iniciativas de ese tipo.
Pero cuidado, porque ésa no es nuestra lucha. La nuestra quizá sea más la historia de un anuncio de salchichas Campofrío, ese anuncio que se extendió por Internet esta Navidad. Josema y Millán, Santiago Segura, Chiquito de la Calzada… una tropa de humoristas medio anticuados que se concitaban en un cementerio para reflexionar sobre el por qué de la risa como antídoto frente a la pena, frente a la pobreza de bolsillo y espíritu, la desgracia o la crisis.
Le preguntaban a Gila cómo se hace para vencer al enemigo. Y Gila respondía que al enemigo se le vencerá mañana, y que no ataque muy temprano, que estaremos comiendo churros.
Ambos anuncios son igualmente motivadores y llenos de significado. Que se queden los americanos con el far west, el gesto duro y la agresividad, que ya nosotros haremos un chiste. Y así seguir viviendo.