viernes, 6 de septiembre de 2013

“Es necesario no confundir el futuro de Ronda con el de los rondeños" , Proust en Carlos Espinosa de los Monteros



Carlos Espinosa de los Monteros, por Eva Garrido

 
Se trata de un hombre que llegó a Ronda por primera vez a los 23 años, invitado por un amigo rondeño a quien había conocido mientras realizaba el servicio militar. De aquella primera visita recuerda cómo, nada más bajar del tren, se sintió abrumado por el profundo atraso de la zona. Recuerda haber llegado a una Andalucía donde, el aspecto de las gentes, de las calles y los edificios estaba anclado en la guerra civil.

Carlos acostumbraba a viajar al norte de España, donde el turismo incipiente empezaba a excitar las inquietudes de las gentes. Todos querían parecerse a los europeos, admirados por su progreso industrial. Esta voluntad de realizarse iba impregnando los edificios, las carreteras, incluso las maneras de la gente, hasta cambiar absolutamente el paisaje.
Pero Carlos no vio ese tipo de contagio el día que llegó a Ronda y puso el pie en Andalucía. A su juicio faltaba la ambición, entendida como sentimiento de emulación que sí existía en el norte. Las ganas de subir.
De ambición precisamente, puede hablar Carlos Espinosa de los Monteros (Madrid, 1944). Hoy es el Alto Comisionado para la Marca España y consejero de Inditex. A lo largo de su carrera fue presidente de Mercedes Benz y de Iberia, la compañía aérea. Presidente del Círculo de Empresarios, del Club Empresarial de ICADE y del Centro Rey Juan Carlos de la Universidad de Nueva York. Una ambición empresarial, pero también viajera y cosmopolita. Cuando terminó la universidad en Madrid voló a Chicago para estudiar en la universidad de Northwestern. Aunque hoy mucha gente considera necesario estudiar un master en el extranjero y dominar el inglés, en la España de los años sesenta poca gente se atrevía a salir de nuestro país. Y mucha menos gente valoraba positivamente a aquéllos que lo habían hecho. Chicago ya era entonces la cuna del liberalismo radical americano. La fuerza con la que crecían aquellas ideas era tal, que pronto se extenderían por medio mundo y era importante conocerlas en profundidad. Carlos lo sabía y, quizá por eso, ganó su oposición a técnico comercial en España y regresó a Chicago cuando ya era padre de un hijo, como agregado comercial del consulado español.
Y mientras todo aquello sucedía, en todos esos años, Carlos nunca dejó de regresar a Ronda, con una especie de amor doliente por la ciudad donde es maestrante -el segundo comisario de clarines de la Junta de Gobierno de la Maestranza de Ronda-.

Siempre en ese tren que le devolvía al pasado, visitó Ronda para una reunión de la Real Maestranza. En la estación de tren le recogimos, para charlar de Ronda, la juventud y el sentido de las cosas.

Lo peor que le ha pasado a Ronda en cincuenta años fue perder la Caja de Ahorros
Se trataba de un encuentro para hablar de progreso pero, cómo no empezar por aquella sensación de atraso que Carlos tuvo en su juventud y de cuánto de aquello no habría cambiado aún. Quizá, como rondeños, deberíamos habernos ofendido, pero sólo era la observación sincera y acreditada de un hombre enamorado de Ronda.
Empezamos por ahí. Carlos describió el atraso como la consecuencia de una profunda falta de cultura. Falta de cultura y de información que se quedaba al alcance de pocos, mientras toda la población vivía al margen de las inquietudes y las ambiciones de una élite mínima. Para él, no era cuestión de lo trabajador que fuera el pueblo andaluz, ni de que nos faltara ambición, sino el fruto de haber cultivado durante siglos un sistema distinto de valores. Un sistema que antepone un sentido de convivencia comunitaria sobre cualquier los principios de crecimiento individual o de progreso como grupo.
A nosotros, esta idea nos recuerda mucho a los grandes rasgos culturales de lo andaluz. La intensidad de la familia, lo litúrgico de las matanzas en los cortijos, nuestro folclor, el Flamenco y la Semana Santa.
Como para que le entendamos mejor, Carlos reflexiona un instante y nos ofrece un caso mucho más apegado a su experiencia en el mundo de la empresa, el de D. Juan de la Rosa. Para Carlos, aquél hubiera podido ser el hombre que aupara a una élite económica rondeña para que se convirtieran en motores individuales de generación de riqueza y competitividad, crecimiento para toda la región. Juan de la Rosa había desarrollado una extraordinaria estructura, a la altura de las Cajas de Ahorro de Barcelona o Madrid. Pero ésa no era su prioridad. A Juan de la Rosa le importaban mucho más los bloques de viviendas dignas y humildes para toda la población de Ronda, o que casi todo el mundo tuviera un trabajo en el entorno de la Caja. Que se hicieran residencias para las vacaciones de los niños y los ancianos. Sufragaba cuantos eventos vecinales se organizaran en las barriadas, pero simplemente no le interesaba ser la incubadora del próximo Amancio Ortega.
El nacimiento de Unicaja –nos dice- fue en cierto modo un cambio de filosofía, como la pérdida de un padre. Paradójicamente, podría haber provocado la integración de Ronda en la economía competitiva, pero la Caja emigró a Málaga y en Ronda no quedó un banco, sino un sistema de subsidios y de patrocinio de eventos. Ahí Ronda quedó atascada en una concepción patrimonial del desarrollo. Con ésa pérdida, Ronda sufrió la mayor pérdida en cincuenta años.  

Hay un futuro para Ronda pero quizá no haya un futuro para los rondeños

Impresiona el planteamiento de la pérdida y le preguntamos si, desde entonces, Ronda se hubiera quedado sin futuro. Para nada -nos aclara-, Ronda es un lugar equipado, por historia y naturaleza, para enamorar a los visitantes. Su ubicación geográfica, las imponentes vistas, las casas señoriales, el respeto que experimentan los visitantes al asomarse a su garganta y a su historia. Su gastronomía, su vino.
Al abrigo de todo ello, y con una gestión adecuada, deberán florecer las industrias del bienestar y el turismo. Pero en un mundo globalizado, no tiene sentido pretender retener en Ronda a los rondeños con cualidades para profundizar en las ciencias, la tecnología o las telecomunicaciones, porque esos otros polos donde florecen esas artes ya existen en otros lugares del mundo.
Ronda podría luchar, no obstante, por atraer a esos otros que contribuyan con sus ideas a que la ciudad soñada lo fuera cada día más e hiciera soñar a cada visitante. Y que cada visitante regresara siempre una vez más. “Pero no confundamos – afirma para concluir su respuesta- el futuro de Ronda con el de los rondeños”.

Nuestra juventud más educada, no la más preparada

Así llegamos a discutir sobre los jóvenes. Los de Ronda, que habrán de ir por el mundo y los de cualquier otro lugar, a quienes Ronda abre sus puertas para que nos contagien con sus ideas y su trabajo. Se habla mucho de que nos encontramos ante la generación más preparada de nuestra historia y Carlos disiente. En su opinión, no cabe duda de que se trata de la generación que mejor educación ha recibido y, precisamente, ahí se encuentra el problema: en que todo ha sido recibido. Todo les ha venido dado: la estabilidad, la alimentación, la tecnología, la educación, incluso el dinero para los caprichos. Es una generación que ni siquiera ha necesitado usar la imaginación. Mientras –lamenta Carlos- valores como la disciplina, la austeridad, el patriotismo o la capacidad para valorar el coste de lo material se han diluido hasta perder relevancia. Hemos perdido disciplina e imaginación, probablemente sin que ello sea culpa de nadie. Ha sido el sino de los tiempos, que nos ha ido atrofiando los sentidos desde el día en que creímos haber cumplido con la historia. Ahora nos tocará revertir. Para Carlos, la creciente necesidad de emigrar a otros países –que ha sido la regla a lo largo de toda la historia de España- quizá vuelva a despertar en la juventud la perentoria sensación de estar en deuda con nuestra tierra y nos impulse, con disciplina, a regresar y trabajar por ella.

Puede que a Ronda le toque ahora desconfiar de la memoria de su propia imagen, nacida de sus sentidos, un poco acomodados, un poco atrofiados. Para Marcel Proust, nada verdadero podía encontrarse ni en la memoria, ni en la realidad de los sentidos. 

Hay algo que, siendo común al pasado y al presente, es mucho más esencial que ellos dos, mi imaginación. Tantas veces la realidad me había decepcionado, porque en el momento en que la percibía mi imaginación, que era mi único órgano para gozar de la belleza, no podía aplicarse a ella, en virtud de la ley inevitable según la cual sólo podemos imaginar lo que está ausente. El presente, había sumado a los sueños de la imaginación aquello de lo que suelen estar desprovistos, la idea de existencia
  
Han volado las horas y a Carlos le esperan para almorzar. Nos despedimos de este hombre preclaro con la sensación de encontrar las claves en la disciplina, la imaginación y un cierto patriotismo. La voluntad de proyectarse sobre los sueños, sin importar que apenas nunca hayan existido. Imaginación para desprendernos de las rémoras de un pasado cargado de atraso y, construir, pieza sobre pieza, la ciudad de los sueños de Rilke. Y la disciplina para hacerlo.

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