Carlos Espinosa de los Monteros, por Eva Garrido |
Se trata de un hombre que llegó a Ronda por primera vez a
los 23 años, invitado por un amigo rondeño a quien había conocido mientras
realizaba el servicio militar. De aquella primera visita recuerda cómo, nada
más bajar del tren, se sintió abrumado por el profundo atraso de la zona.
Recuerda haber llegado a una Andalucía donde, el aspecto de las gentes, de las
calles y los edificios estaba anclado en la guerra civil.
Carlos acostumbraba a viajar al norte de España, donde el turismo
incipiente empezaba a excitar las inquietudes de las gentes. Todos querían parecerse
a los europeos, admirados por su progreso industrial. Esta voluntad de
realizarse iba impregnando los edificios, las carreteras, incluso las maneras
de la gente, hasta cambiar absolutamente el paisaje.
Pero Carlos no vio ese tipo de contagio el día que llegó a
Ronda y puso el pie en Andalucía. A su juicio faltaba la ambición, entendida
como sentimiento de emulación que sí existía en el norte. Las ganas de subir.
De ambición precisamente, puede hablar Carlos Espinosa de
los Monteros (Madrid, 1944). Hoy es el Alto Comisionado para la Marca España y
consejero de Inditex. A lo largo de su carrera fue presidente de Mercedes Benz
y de Iberia, la compañía aérea. Presidente del Círculo de Empresarios, del Club
Empresarial de ICADE y del Centro Rey Juan Carlos de la Universidad de Nueva
York. Una ambición empresarial, pero también viajera y cosmopolita. Cuando
terminó la universidad en Madrid voló a Chicago para estudiar en la universidad
de Northwestern. Aunque hoy mucha gente considera necesario estudiar un master
en el extranjero y dominar el inglés, en la España de los años sesenta poca
gente se atrevía a salir de nuestro país. Y mucha menos gente valoraba
positivamente a aquéllos que lo habían hecho. Chicago ya era entonces la cuna
del liberalismo radical americano. La fuerza con la que crecían aquellas ideas
era tal, que pronto se extenderían por medio mundo y era importante conocerlas
en profundidad. Carlos lo sabía y, quizá por eso, ganó su oposición a técnico
comercial en España y regresó a Chicago cuando ya era padre de un hijo, como
agregado comercial del consulado español.
Y mientras todo aquello sucedía, en todos esos años, Carlos
nunca dejó de regresar a Ronda, con una especie de amor doliente por la ciudad donde
es maestrante -el segundo comisario de
clarines de la Junta de Gobierno de la Maestranza de Ronda-.
Siempre en ese tren que le devolvía al pasado, visitó Ronda
para una reunión de la Real Maestranza. En la estación de tren le recogimos, para
charlar de Ronda, la juventud y el sentido de las cosas.
Lo peor que le ha
pasado a Ronda en cincuenta años fue perder la Caja de Ahorros
Se trataba de un encuentro para hablar de progreso pero, cómo
no empezar por aquella sensación de atraso que Carlos tuvo en su juventud y de cuánto
de aquello no habría cambiado aún. Quizá, como rondeños, deberíamos habernos ofendido,
pero sólo era la observación sincera y acreditada de un hombre enamorado de
Ronda.
Empezamos por ahí. Carlos describió el atraso como la
consecuencia de una profunda falta de cultura. Falta de cultura y de
información que se quedaba al alcance de pocos, mientras toda la población vivía
al margen de las inquietudes y las ambiciones de una élite mínima. Para él, no
era cuestión de lo trabajador que fuera el pueblo andaluz, ni de que nos
faltara ambición, sino el fruto de haber cultivado durante siglos un sistema
distinto de valores. Un sistema que antepone un sentido de convivencia
comunitaria sobre cualquier los principios de crecimiento individual o de
progreso como grupo.
A nosotros, esta idea nos recuerda mucho a los grandes
rasgos culturales de lo andaluz. La
intensidad de la familia, lo litúrgico de las matanzas en los cortijos, nuestro
folclor, el Flamenco y la Semana Santa.
Como para que le entendamos mejor, Carlos reflexiona un
instante y nos ofrece un caso mucho más apegado a su experiencia en el mundo de
la empresa, el de D. Juan de la Rosa. Para Carlos, aquél hubiera podido ser el
hombre que aupara a una élite económica rondeña para que se convirtieran en motores
individuales de generación de riqueza y competitividad, crecimiento para toda
la región. Juan de la Rosa había desarrollado una extraordinaria estructura, a
la altura de las Cajas de Ahorro de Barcelona o Madrid. Pero ésa no era su
prioridad. A Juan de la Rosa le importaban mucho más los bloques de viviendas
dignas y humildes para toda la población de Ronda, o que casi todo el mundo
tuviera un trabajo en el entorno de la
Caja. Que se hicieran residencias para las vacaciones de los niños y los ancianos.
Sufragaba cuantos eventos vecinales se organizaran en las barriadas, pero simplemente
no le interesaba ser la incubadora del próximo Amancio Ortega.
El nacimiento de Unicaja –nos dice- fue en cierto modo un
cambio de filosofía, como la pérdida de un padre. Paradójicamente, podría haber
provocado la integración de Ronda en la economía competitiva, pero la Caja emigró a Málaga y en Ronda no quedó
un banco, sino un sistema de subsidios y de patrocinio de eventos. Ahí Ronda
quedó atascada en una concepción patrimonial del desarrollo. Con ésa pérdida,
Ronda sufrió la mayor pérdida en cincuenta años.
Hay un futuro para
Ronda pero quizá no haya un futuro para los rondeños
Impresiona el planteamiento de la pérdida y le preguntamos
si, desde entonces, Ronda se hubiera quedado sin futuro. Para nada -nos
aclara-, Ronda es un lugar equipado, por historia y naturaleza, para enamorar a
los visitantes. Su ubicación geográfica, las imponentes vistas, las casas
señoriales, el respeto que experimentan los visitantes al asomarse a su
garganta y a su historia. Su gastronomía, su vino.
Al abrigo de todo ello, y con una gestión adecuada, deberán florecer
las industrias del bienestar y el turismo. Pero en un mundo globalizado, no
tiene sentido pretender retener en Ronda a los rondeños con cualidades para
profundizar en las ciencias, la tecnología o las telecomunicaciones, porque
esos otros polos donde florecen esas artes ya existen en otros lugares del
mundo.
Ronda podría luchar, no obstante, por atraer a esos otros
que contribuyan con sus ideas a que la ciudad soñada lo fuera cada día más e
hiciera soñar a cada visitante. Y que cada visitante regresara siempre una vez
más. “Pero no confundamos – afirma para concluir su respuesta- el futuro de
Ronda con el de los rondeños”.
Nuestra juventud
más educada, no la más preparada
Así llegamos a discutir sobre los jóvenes. Los de Ronda, que
habrán de ir por el mundo y los de cualquier otro lugar, a quienes Ronda abre
sus puertas para que nos contagien con sus ideas y su trabajo. Se habla mucho
de que nos encontramos ante la generación más
preparada de nuestra historia y Carlos disiente. En su opinión, no cabe
duda de que se trata de la generación que mejor educación ha recibido y,
precisamente, ahí se encuentra el problema: en que todo ha sido recibido. Todo
les ha venido dado: la estabilidad, la alimentación, la tecnología, la
educación, incluso el dinero para los caprichos.
Es una generación que ni siquiera ha necesitado usar la imaginación. Mientras
–lamenta Carlos- valores como la disciplina, la austeridad, el patriotismo o la
capacidad para valorar el coste de lo material se han diluido hasta perder
relevancia. Hemos perdido disciplina e imaginación, probablemente sin que ello sea
culpa de nadie. Ha sido el sino de los tiempos, que nos ha ido atrofiando los
sentidos desde el día en que creímos haber cumplido con la historia. Ahora nos
tocará revertir. Para Carlos, la creciente necesidad de emigrar a otros países
–que ha sido la regla a lo largo de toda la historia de España- quizá vuelva a
despertar en la juventud la perentoria sensación de estar en deuda con nuestra
tierra y nos impulse, con disciplina, a regresar y trabajar por ella.
Puede que a Ronda le toque ahora desconfiar de la memoria de
su propia imagen, nacida de sus sentidos, un poco acomodados, un poco
atrofiados. Para Marcel Proust, nada verdadero podía encontrarse ni en la
memoria, ni en la realidad de los sentidos.
Hay
algo que, siendo común al pasado y al presente, es mucho más esencial que ellos
dos, mi imaginación. Tantas veces la realidad me había decepcionado, porque en
el momento en que la percibía mi imaginación, que era mi único órgano para
gozar de la belleza, no podía aplicarse a ella, en virtud de la ley inevitable
según la cual sólo podemos imaginar lo que está ausente. El presente, había
sumado a los sueños de la imaginación aquello de lo que suelen estar
desprovistos, la idea de existencia
Han volado las horas y a Carlos le esperan para almorzar.
Nos despedimos de este hombre preclaro con la sensación de encontrar las claves
en la disciplina, la imaginación y un cierto patriotismo. La voluntad de
proyectarse sobre los sueños, sin importar que apenas nunca hayan existido.
Imaginación para desprendernos de las rémoras de un pasado cargado de atraso y,
construir, pieza sobre pieza, la ciudad de los sueños de Rilke. Y la disciplina
para hacerlo.
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