viernes, 26 de octubre de 2012

El Excesivismo


 El Excesivismo

El pequeño cuadro del marco dorado ha estado siempre en casa de mi abuela, sin que ninguno hayamos reparado jamás en él. Al menos, yo no. Hace unos días fui a verla en una de esas visitas relámpago en las que aprovecho para llenar mi nevera a costa de vaciar la suya. Mientras ella iba colocando viandas en una bolsa de tela del Mercadona, yo miraba con disimulo el cuadro del marco dorado, evitando reconocer que atracar las reservas de tu abuela, cuando tienes casi treinta años, resulta un acto de excesivismo.
En aquel cuadro sólo se veía una calle inclinada dibujada con dos brochazos y una casa en la pendiente. Se trataba de una de esas calles que serpentean de forma traviesa, ascendiendo la montaña de Montmartre hacia la iglesia del Sacre Coeur de París. La calle des Saules. En la fachada de la casa, el pintor había rotulado con torpeza. Decía: “Au Lapin Agile”, uno de los Cabarets más famosos del París de las Vanguardias. Un tugurio regentado por una cabaretera y su esposo barbudo y un burro adiestrado, que frecuentaron Modigliani, Braque, Guillaume Apollinaire o Max Jacob. Incluso Picasso aparecía de vez en cuando por allí. Todos ellos eran relativamente desconocidos en aquella época y, a menudo, pagaban sus juergas en el cabaret entregando cuadros a Frede, que era el nombre del barbudo propietario. Muchos de aquellos cuadros, que colgaban de las mugrientas paredes del Lapin Agile hasta que algún turista con demasiada suerte lo compraba por unas pocas monedas, hoy se venden por decenas de millones de euros.
Resulta que mis abuelos fueron a París en 1978, quién sabe por qué. En su visita, un pintor callejero les convenció de que compraran aquel cuadro, alegando que en unos pocos años él mismo sería más famoso que Picasso. Eso sí que es un artista.
Al ver la escena del cuadro, me sentí obligado a contarle a mi abuela, que en aquel mismo cabaret junto al que ella compró el cuadro, unos pocos artistas decidieron gastar una broma pesada a la sociedad parisina, que tan chovinista era ya entonces. Para ello, colocaron un lienzo pintado en dos colores junto al burro de Frede. Ataron al burro Lolo un pincel en su cola y éste se despachó pintarrajeando el lienzo. Después llevaron el cuadro al Salón de los Independientes, un famoso salón de exposiciones parisino. Dijeron que el cuadro lo había pintado un tal Boronali, pintor italiano máximo exponente de un movimiento que se conocía como “Excesivismo”. Durante semanas, París estuvo revolucionado, muchos críticos de arte querían encumbrar ya el movimiento excesivista. En la prensa se hablaba de un manifiesto del Excesivismo, que reclamaba el exceso en todos los ámbitos como la única fuente para alcanzar la belleza y tachaba de burro a todo el que negara esta realidad.
Me pareció una buena historia para contarle a mi abuela sobre aquel cuadro que lleva 34 años en su pared, sin que nadie haya querido ver más allá de que tenía un marco horroroso en tonos dorados. Una historia que refleja el excesivismo de aquel pintor aficionado que le endosó el cuadro mostrándose como el nuevo Picasso.
Probablemente lo fuera, pero a ella le preocupaba más el excesivismo de un nieto impenitente ladrón de neveras. Llenó la bolsa de comida y me la entregó para callarme la boca. Mucha tela. 

viernes, 5 de octubre de 2012

La rondeña en Nueva York


Esta no es una historia feliz. Es la historia de una exiliada de la Guerra Civil, como tantas otras que hubo. Una maleta de cuero viejo, calurosas ropas de lana enlutada, incertidumbre y billete sólo de ida. Pero no es un relato triste. Es la historia de la vida de una señora culta, entera, digna y recia y de cómo, a través de su figura, es posible conocer cómo pensaban, sentían y soñaban los españoles que tuvieron que huir a Estados Unidos tras la Guerra Civil.
Pocas veces, la figura de una anciana en silla de ruedas es tan importante para comprender por qué se forjó un grupo social y un momento histórico fundamentales para nuestra historia reciente: el exilio. Esta anciana, Fernanda, fue el bastón de apoyo moral para muchos intelectuales y la imagen de una figura que quedaría en la memoria de las generaciones posteriores de españoles-neoyorquinos. Y resulta que era rondeña[1].
Esta es la historia de una rondeña en Nueva York.

FERNANDA URRUTI, RONDEÑA, MADRILEÑA, MADRE
Fernanda nació en 1858 en una familia acomodada de Ronda. Su padre, Fernando Urruti Lechesagar, era un vascofrancés que se trasladó a Ronda por negocios. En 1890 se casó con José del Río Pinzón, primo de Francisco Giner de los Ríos, el universal fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Pinzón había ocupado un alto cargo en Filipinas y en una visita a Ronda debió enamorarse de esta rondeña 17 años menor que él. Tuvieron tres hijos, Fernando, Concha y Pepe. Sin embargo, la prematura muerte de su esposo, incluso antes del nacimiento de Pepe,  su hijo mejor, llevó a Fernanda a lucir un luto del que ya no se separaría y que le sería tan connatural como la natural dureza de su carismático carácter.
Cuentan numerosas biografías de Fernando de los Ríos, el mayor de los hijos, aunque con un cierto tono a estoicismo laudatorio, que Fernanda vendió todas sus propiedades aconsejada por Giner de los Ríos para mudarse a Madrid, a la aventura, para que sus hijos pudieran estudiar. En todo caso, así fue. La familia se desplazó a Madrid, donde Fernando estudió Derecho, bajo la protección de Giner de los Ríos.
Fernando de los Ríos llegó a ser un insigne jurista, catedrático, diplomático y ministro de la II República que tuvo que exiliarse ante el estallido de la Guerra Civil. Se marchó a París, Washington y, finalmente, Nueva York cuando la Guerra terminó. Su madre, Fernanda Urruti, como había hecho casi toda su vida, acompañó a su hijo a la Gran Manzana. Cuando llegó a la ciudad de los rascacielos, tenía más de 80 años y  probablemente ya sabía que no volvería a España, y mucho menos a Ronda.

LA GUERRA CIVIL Y NUEVA YORK
Tras el estallido de la Guerra Civil, la familia de los Ríos abandona España rumbo a Francia. Al poco de llegar, requieren a Fernando para que ocupe la embajada republicana en Washington, puesto que sólo desempeña brevemente. Finalmente, invitado por la New School for Social Research –la universidad más progresista de Nueva York, ubicada en pleno centro de Manhattan-, Fernando de los Ríos, su esposa Gloria Giner, su hija Laura y las abuelas Doña Fernanda –la madre de Fernando- y Doña Laura García Hoppe – madre de Gloria -, se instalan en la Gran Manzana.

Una rondeña en Nueva York
En el 448 de Riverside Drive, en el norte de la isla de Manhattan, situada entre el hermoso parque de Riverside Park, el río Hudson y la Universidad de Columbia, se ubica la residencia de la familia de los Ríos Giner y, con ellos, de Doña Fernanda Urruti. Aquel hogar, enclavado en el sexto piso de un edificio de una decena de plantas, permitía a Doña Fernanda –la Bisa, como la llamaban todos- contemplar la actividad de Riverside Park y el río desde el hermoso ventanal al exterior. Desde la habitación paralela, también de cara al río, preparaba Fernando las clases en la New School, los ensayos y publicaciones y se reservaba un buen rato para trabajar por la restauración republicana y recibir en su casa a un sinnúmero de exiliados y emigrantes. El resto de habitaciones y la cocina, iban serpenteando por el pasillo hacia un patio interior. Innumerables testimonios describen el rol de prócer y anfitrión que Fernando de los Ríos jugó para todos los exiliados que llegaban a Nueva York. Las continuas visitas de los recién llegados, hicieron que la vida de Doña Fernanda estuviera profundamente ligada a la sociedad española en el exilio y a sus actividades políticas. A menudo, su hijo recibe a literatos, políticos y profesores de universidad que siempre tienen una atención para las dos abuelas de la casa, Doña Fernanda y Doña Laura.
Los viajes de Fernando son largos y numerosos. Invitado por numerosas universidades de México, Centro y Sudamérica, a la vez que reclamado por sus obligaciones en el gobierno en el exilio, Fernando se ausenta largas etapas durante las cuales escribe numerosas cartas y postales a la familia. En Nueva York queda Gloria Giner, que junto a su hija Laura, colman de atenciones a las abuelas que, si bien apenas salen de la casa, mantienen una extraordinaria lucidez. Fernanda lee y escribe a la familia en Madrid (sus nietos y bisnietos) y a su hijo menor, Pepe, en Puerto Rico. Es una lectora incansable y una activa conversadora.
También es muy religiosa. Y no pierde atención a la vida política de su hijo, no tanto de lo que Fernando hacía, sino de lo que políticos, intelectuales y amigos le contaban sobre su hijo.

Ronda en la rondeña.
Fernanda no era una mujer sentimental. Si acaso, mostraba sus sentimientos a través de una tenue relajación de su natural severidad. Con sus familiares, es abundante cuando relata lo mucho que los extraña, pero les reprende duramente cuando olvidan felicitarle el 24 de enero, día de la Virgen de la Paz y cumpleaños de Doña Fernanda, de la misma manera que lo hace cuando no le envían correspondencia durante un largo periodo o cuando, aún haciéndolo, le hablan de cosas o en formas que ella no aprueba.
Sus recuerdos de Ronda son una constante silenciosa –o silenciada- por su severa vida. A menudo pregunta por los familiares, ya viejos, que seguían en Ronda: los hermanos Cruz Urruti, Manolo Troyano Mellado. Diversas escenas religiosas, como la Virgen de la Paz o la Virgen de los Remedios, transitan por su memoria como acompañantes de una mujer a quien Nueva York le parece una espiral de secularización, donde Dios ha salido de todo. Ronda, con todo, no es una presencia tan doliente como la de otros exiliados. Ni siquiera –por comparar- como la de Juan Centeno, otro rondeño director de los cursos de verano del Middlebury College, quien desde sus actividades académicas siempre tenía un buen recuerdo para la Bisa, sólo por ser –para él- un pedazo de Ronda.
Ronda, para Fernanda Urruti es el reflejo de algunas personas en su recuerdo, la Virgen de la Paz y Padre Jesús. No es mucho más, pero tampoco lo es Madrid, Granada o el resto de lugares en que vivió. Quizá fuera más una mujer de personas, que de lugares.

Nueva York, ciudad sin Dios
La religión y la reflexión sobre como perciben la religión los americanos son una de las preocupaciones centrales de Fernanda. A todos los españoles les resultaba extraño e incómodo vivir en una ciudad con rascacielos pero sin procesiones, donde los campanarios de las iglesias no son los edificios mayores, sino apenas los menores, ni están en el centro de la ciudad, que es ocupado por una enorme plaza luminosa llamada Times Square. La secularización desestabilizaba a todos los españoles en el exilio, incluso a los más recalcitrantes ateos e iconoclastas republicanos.
Doña Fernanda era una devota en tierra de apaches. A principios de 1940, Fernanda aún salía de casa acompañando a la familia a la misa del Domingo en la Parroquia de Nuestra Señora de la Milagrosa, situada en el barrio de Harlem, al norte de Manhattan. Para llegar hasta ella bastaba con caminar a lo largo de alguna de las calles que atraviesan la isla de un lado a otro. La iglesia de la Milagrosa fue fundada por el padre Ginar, un mallorquín perteneciente a la orden de los Vicentinos en 1926, cuando adquirieron el templo de una congregación judía conservadora que la había empleado como sinagoga. En la Milagrosa se escucharon las primeras misas en español de todo el viejo Manhattan y pervivió hasta que fuera vendida en 1980 a la Iglesia Baptista de Mont Neboh[2]. Hoy, nada permite reconocer en el “Pastor Senior” de la iglesia del Monte Nebo[3] aquella parroquia con curas españoles. Fernanda iba a confesarse con el padre Ginar, “porque era el único que la entendía”.
Ni siquiera en la etapa final de su vida en Nueva York, Doña Fernanda abandonó la lectura de “La Imitación de Cristo”[4],  el libro de cabecera de la Bisa, que le acompañó desde sus primeros años en Madrid, una vez se marchó de Ronda, hasta sus largas horas de soledad en Nueva York.
En la religión se observan las raíces rondeñas de Fernanda. Durante estos años, cada 24 de enero dirige cartas a su familia en Madrid, felicitándoles, recordándoles o simplemente mencionando la fecha de la celebración del día de la Paz, Virgen por la que Fernanda sentía devoción. Poco parecía a ella importarle que también ésa fuera la fecha de su cumpleaños.

Jingle bells, jingle bells: Navidades en Manhattan
A Doña Fernanda le fascinaba la Navidad neoyorquina. Las visitas de las amistades de su hijo y la familia era una de las pocas cosas que a esta señora nervuda la hacían crepitar. Orgullosa de su hijo, también se divertía de oír a las asiduas visitas: líderes en el exilio y grandes caciques latinoamericanos. Incluso el presidente de Colombia en la época, Eduardo Santos Montejo, hacía llegar regalos navideños, que Doña Fernanda aceptaba con ilusión. Santos Montejo había entablado una gran amistad con Fernando de los Ríos y cuando acuden a la cena de Nochebuena a casa de la familia de los Ríos, obsequian regalos de gran valor a todos los miembros de la familia. Y a la Bisa le regalan un reloj para la mesita de noche. De cobre, con alarma y retro iluminación, Doña Fernanda describe con emoción el regalo recibido a los nietos y bisnietos de Madrid.
A la Bisa le impresiona el fantástico envoltorio de los regalos navideños neoyorquinos, que le resulta un regalo en sí mismo. En alguna de las cartas enviadas a la familia en Madrid tras la Nochebuena de 1939, incluye retazos de los papeles de envolver, fascinada y deseando compartir su fascinación.
Los cursos de verano en Middlebury College: La España más España, veraniega y feliz
Cuando llegaba el verano, toda la familia se desplazaba al norte de Nueva York, a una casa de campo situada en Middlebury, en el estado de Vermont, cerca de la frontera con Canadá, invitados por el también rondeño Juan Centeno, director de los Cursos de Verano de la Universidad Middlebury College. Más apegado a la tierra que la recia Fernanda, Juan Centeno siempre creyó ver un pedazo de Ronda en aquella mujer mayor. Preocupado por su bienestar, Juan Centeno a menudo decía a Fernanda que la sentía como “algo muy suyo” [5].
Juan Centeno había estudiado en la Residencia de Estudiantes y, tras casarse con una profesora americana – que Pedro Salinas, amigo y admirador de Centeno, llegaría a calificar de “feucha pero muy lista”-, dirigió durante 18 años aquellos cursos de verano, a donde llegaron numerosos profesores republicanos en el exilio, trabando importantes relaciones afectivas y de amistad entre ellos. Los cursos se impartían en español, lo que le daba un toque bizarro para los estudiantes americanos, que acudían a oír a aquellos españoles salidos de un país exótico tan lleno de guerras y miserias como de artistas locos y geniales (Picasso, Lorca, Dalí, Américo Castro…).
Fueron tiempos en que la Bisa disfrutaba rodeada de seres queridos. A la comunidad de exiliados se unían visitas de Madrid, nietas con sus hijos o sobrinos aventureros. Todos se reunían a preparar representaciones teatrales de las obras de Lorca en las que cada uno cumplía una función. Por los relatos de felicidad de Doña Fernanda, vemos que la España creada por Centeno, un rondeño, en Vermont, fue una pequeña ínsula de esperanza para todos.    

La muerte de Fernando de los Ríos
A finales de 1947, Fernando de los Ríos tiene que abandonar las clases en la New School, donde le proponen que se dedique a sus escritos, en la consciencia de que su luz se apagaba rápidamente. En mayo de 1948, la New School for Social Research nombra a Fernando de los Ríos catedrático emérito (“Professor Emeritus”), cuando su estado se había deteriorado mucho. Doña Fernanda, observa extrañada la indiferencia de su hijo Fernando hacia el homenaje, convencida de que se trata de un signo inequívoco de su precario estado de salud.
Finalmente, en mayo de 1949, Fernando de los Ríos falleció. Su madre, en una carta dirigida días después a la familia en Madrid, afirmó: “no sé qué deciros de la amargura y el dolor de mi alma, no encuentro palabras. Sólo sé que la vida sigue aunque a una le parezca imposible”.
No creo que extrañara a nadie la actitud de Fernanda ante la muerte de su hijo. Su gesto tenía una frialdad que sólo se observa en las fotografías sepia tomadas con cámaras en todas las postguerras. Esa dureza de gesto nunca tiene origen en el modelo cámara empleado para el retrato, o los materiales del revelado, sino que nace de las hambres y privaciones, de las faltas de higiene y de diversión en sus vidas. La cara de Doña Fernanda era la imagen del desastre de Annual, del desembarco de Alhucemas y las batallas de la Guerra Civil. Poco antes del final de la II Guerra Mundial, en la Navidad de 1944, Fernando de los Ríos excusa en una carta a dirigida a la familia en Madrid a Doña Fernanda por no mostrar tristeza ni añoranza en sus comunicaciones enviadas a España. “Abuela siempre admirable – dice- ¡qué fortaleza de alma!¡qué dominio de sus emociones!¡que maravilla de serenidad en sus juicios!”

The Gate of Heaven
En 1953, a los  95 años y cuatro después de su hijo Fernando, Doña Fernanda falleció en su cama de Nueva York, tras más de doce años en la tierra del gringo. Durante sus últimos días de padecimiento, su extraordinaria naturaleza física le dificultó el descanso. El cementerio de “la puerta del cielo”, un bonito paraje al norte del Estado de Nueva York, que parece querer recordar la belleza de su Ronda natal, es su lugar de reposo, cerca de D. Federico García Rodríguez, el padre de García Lorca. Su hijo Pepe de los Ríos, que llegó en sus últimas horas desde Puerto Rico, su nuera Gloria y su nieta Laura, encargaron a una imprenta en Nueva York unas estampas de Padre Jesús y de la Virgen de la Paz para su esquela.

LA GRAN FAMILIA EN EL EXILIO
El puente entre lo personal y lo social, entre lo doméstico y lo político de la vida de Doña Fernanda, se encuentra en el salón de casa. Las visitas y las meriendas. Quién acude y de qué se habla. Porque, si bien la casa de Fernando de los Ríos fue la verdadera embajada de España en Estados Unidos y Gloria Giner su anfitriona, nada habría sido posible si Fernanda –Doña Fernanda- no hubiera ocupado un lugar tan importante allí. Como en todos los hogares españoles, Nueva York tenía la abuela que todos quieren y respetan y que ejerce oportunamente severidad y benevolencia.

Las familias ilustres del exilio
Del gran número de obras biográficas y ensayísticas que se han ido publicando, sorprende observar la cantidad de relaciones que entrelazaban a los apellidos ilustres en el exilio. Entre todos ello, los exiliados y emigrantes, la casa de D. Fernando de los Ríos en Riverside Drive se convirtió en el hogar para los que llegaban, la convivencia de los que se quedaban y el consuelo de los que padecían.
A menudo, el Doctor Negrín –Presidente de la República- acude a saludar a la familia y no sólo a hablar con Fernando de los Ríos. Indalecio Prieto, Inda, y Martínez Barrios, relatan en sus visitas a Doña Fernanda la marcha de la Guerra Mundial, se interesan por su rutina neoyorquina y le hacen pequeños obsequios que la Bisa agradece. Juan Ramón Jiménez junto con su familia, es siempre bien acogido.
La familia también recibe la visita de Teresa Guillén, la hija de Jorge Guillén, la niña entrañable a quien Federico García Lorca dedicara un emotivo poema[6], que se había casado con un tal Stephen Gilman y vivía a caballo entre diferentes universidades de Estados Unidos.
Y aquellos que no están, les escriben. Justino Azcárate, profesor de Derecho político que llegaría a ser el único republicano que llegara a ser senador real en la democracia postfranquista, ministro republicano y estudiante de la Institución Libre de Enseñanza, estaba casado con Emilia González Uña, a quien la Bisa llamaba cariñosamente Emilita. Desde el exilio de ambos en Venezuela, enviaban frecuentemente telegramas a la familia de los Ríos Giner a Nueva York. Esta amistad venía de varias décadas atrás. Incluso Pablo Azcárate, hermano de Justino y también alumno de la ILE, embajador y novelista, relataba durante el exilio su amor por la Serranía de Ronda recordando los viajes que, muchos años antes con Fernando de los Ríos y su primo Fernando Pérez Urruti, le habían llevado por los alcornocales de la zona. Pedro Salinas, el gran poeta del amor de la Generación del 27, también aparecía a menudo con su hija Solita por la correspondencia y el hogar de Pepe de los Ríos, el hermano de Fernando, en Puerto Rico.
Un alto en el camino merece Soledad Miralles, la esposa del Dr. Cantalapiedra, el médico que atendía a Fernando de los Ríos durante su enfermedad en Nueva York. Reconocida bailaora, hermana de bailaoras y de un picador apodado “el Madriles”, fue adorada por personajes como Roosevelt y Manuel de Falla. Soledad se había hecho famosa en España no sólo por su arte en el baile, sino por ser una de las primeras mujeres toreras. Lejos de disgustar esta heterodoxia a Doña Fernanda, ambas gustaban de disfrutar ratos de risa y conversación, siempre sazonada por los agudos comentarios de Soledad. 


Sin embargo, es la familia García Lorca -la de los padres, hermanos y sobrinos del poeta- la que da vida a la mayor historia de amor del exilio de la Bisa. D. Federico García Rodríguez era uno de los empresarios más prósperos de Granada. Fue allí donde entabló una genial amistad basada en la conversación ácida con Fernando de los Ríos. Tan es así, que cuando la familia García Lorca tiene que marchar al exilio a bordo de un barco llamado “Marqués de Comillas”, ya saben a dónde dirigirse: a casa de Fernando de los Ríos en Nueva York. Durante los primeros meses de 1940, todos conviven en aquella pequeña casa. De hecho, siempre vivieron no más lejos de unos pocos minutos a pie. Cuando Don Federico oía que Fernando paraba por Nueva York, se acercaba hasta su domicilio acompañado de su nieto por el placer de discutir con Fernando de los Ríos. La figura de Doña Fernanda, siempre enlutada junto a la ventana de la estancia, representaba para todos un símbolo de la fuerza misma de la idea republicana.
Incluso la hija de Fernando, Laura de los Ríos, se casó con Francisco García Lorca, el hermano menor de Federico. De la correspondencia que cruzaban, de sus reuniones, sus publicaciones conjuntas y las clases que solían impartir todos ellos en prestigiosas universidades -Columbia, New School, Universidad Autónoma de México, etc.-, nos queda un relato lleno de emociones y de una profunda riqueza literaria que nuestro país perdió después de la Guerra y aún no hemos recuperado del todo.

VIDA Y POLÍTICA A LOS OJOS DE LA RONDEÑA
Fernanda sigue con atención los encuentros que mantiene su hijo Fernando sucesivamente con diferentes líderes republicanos en el exilio así como con dirigentes estadounidenses y latinoamericanos. Desde su silla de ruedas y en el salón de casa, la Bisa nunca pierde de vista la penosa situación en que se encuentra la España que ella abandonó y la difícil situación internacional que se avecina a principios de 1940 por el surgimiento de los regímenes fascistas en Europa.
La narración de Fernanda nos ilustra sobre las dos grandes esperanzas del primer exilio y su gran decepción: la fe en Estados Unidos durante la guerra y la confianza en la victoria de los laboristas en Inglaterra; la fe en la incapacidad de Franco para mantener el poder y la permanente organización de un gobierno alternativo y, finalmente, la decepción de ver cómo el apoyo internacional nunca provocaría una pronta caída del Franquismo.


Estados Unidos y la revolución sin armas en Inglaterra
Fernanda, como toda la sociedad americana (y también los exiliados), tiene una  opinión sobre la marcha de la Segunda Guerra Mundial determinada por el triunfalismo que siempre reinó en los medios de comunicación americanos (al menos, los de Nueva York) y que lo impregnaba todo. Los americanos se veían a sí mismos como los únicos capaces de librar al mundo de comunistas y dictadores. De las cartas de Fernanda a la familia en Madrid[7], se observa esta percepción de sí mismos tan característica de los yanquis como los buenos de la película. Aunque, para los exiliados que frecuentan la compañía de Fernanda, los americanos tensaron la cuerda de su entrada en la guerra hasta que ambos bandos estuvieron suficientemente devastados y ellos pudieran aparecer como la única alternativa libertadora. Todas las dudas de los españoles parecieron disiparse con el Desembarco de Normandía. Aquel acto bélico desbordó todas las emociones. Todo el mundo –incluida la Bisa e incluidos los exiliados españoles- alababan impresionados el despliegue de los americanos. En las casas de los exiliados españoles, se construían grandes mapas bélicos de Europa, que se iban completando con fichas de uno u otro color, dependiendo de las informaciones que facilitara la radio con los partes de guerra.  A los exiliados les importaba Franco y su fascismo, pero celebraban el desembarco como si se hubiera producido en las mismas costas de Galicia o Huelva.
En los pensamientos de Doña Fernanda hay varias ilusiones alimentadas por los comentarios de su hijo probablemente en la mesa a la hora del almuerzo. La primera, los rusos. Para la madre de un filósofo socialista, Rusia aún representa un salvador, de algún modo. Fernando, a diferencia de su madre, no tiene tanta confianza en que pudiera darse un entendimiento entre la Rusia comunista y la sociedad liberal norteamericana que a él le ha abierto sus puertas. Una vez decantado el destino de la Guerra, Fernando reflexiona a menudo sobre la hegemonía de Rusia y su ideología en Europa continental y el impacto que progresivamente ello tendría en los países de la región. Para Fernando de los Ríos, Estados Unidos trataría de evitar sin éxito el aumento de la influencia soviética en Europa. Este papel equilibrador, debía corresponder a Alemania, pero el régimen nazi había desestabilizado todas las estructuras sociales con su barbarie[8].
La segunda de estas esperanzas, fue la victoria del partido laborista en las elecciones de 1945. Los laboristas de Clement Atlee[9] se esforzaron por presentarse como los líderes de la nueva Gran Bretaña, opuesto al conservadurismo doctrinario de Churchill. El manifiesto del Partido Laborista "Enfrentemos el Futuro", prometía nacionalizar el Banco de Inglaterra, el combustible, la energía eléctrica, el carbón, el hierro, el acero y el transporte público y garantizaba el pleno empleo. Fernando de los Ríos expresó a su madre que aquello sí que constituía una “revolución sin armas” y que la caída del Franquismo sería inmediata.
En 1945, en la Conferencia de Postdam se reunían los representantes de los países ganadores de la Guerra Mundial: Truman, Stalin, Churchill y Clement Attle y establecían, negro sobre blanco, una declaración de hostilidad y aislamiento contra el régimen de Franco. Sin embargo, el alcance de las intenciones de los países vencedores de la Guerra Mundial no era exactamente el que esperaban en casa de la Bisa. El ministro de exteriores inglés precisó con suficiente crudeza este alcance:
Se han dicho muchas cosas en esta Cámara del General Franco y del problema español. En breves palabras voy a exponer el criterio del Gobierno de Su Majestad. La cuestión del régimen de España es una cuestión que tiene que decidir el Gobierno español. No puedo ir más allá de la declaración formulada después de la Conferencia de Berlín. La declaración da a entender claramente que, así como no tenemos deseos de sancionar permanentemente al pueblo español, no admitiremos a España en la sociedad internacional, a menos que el país acepte los principios básicos de la libertad política”.
Esta manifestación ya dejó claro que la sociedad internacional no depondría a Franco. Al menos, no en el modo en que esperaban Fernando de los Ríos y la sociedad del exilio.

El débil dictador y la permanente investidura
Junto con la observación optimista de la evolución de la Guerra – y quizá a causa de ésta- los intelectuales en el exilio permanecen en un constante estado de investidura, preparados para tomar la alternativa en cuanto los fascistas fueran derrotados y Franco y la Falange cayeran con ellos. Da la impresión de que, vista desde el exilio, la opinión internacional era mucho más trascendente para el destino de España, de lo que se veía desde dentro del país. Quizá fuera así, y el régimen de Franco estuvo más veces más cerca del abismo de lo que se imaginaban los jerarcas franquistas. En España, el aislacionismo fue duro e implacable, con unos medios de comunicación absolutamente controlados, con especial intensidad  durante la primera etapa del Franquismo, que se extiende hasta 1952[10].  
Doña Fernanda, que está al corriente de todos estos trajines, recela de un General Franco al que juzga como un simple mentiroso. Quizá sea por ser ya una anciana, porque era una intelectual o la madre de un ministro, el recuerdo de Franco para Doña Fernanda no es más que el de un mentiroso. Alguien que no es de fiar, todo lo más, un traidor.
Para todos los republicanos, el primer paso tenía que ser la unificación de la alternativa. Entre los exiliados estaban los comunistas, socialistas, el POUM, monárquicos, nacionalistas vascos… un guirigay. Parece que la idea de una restauración monárquica, pergeñada por Indalecio Prieto, fue que mayor fuerza cobró, a juzgar por las comunicaciones de Fernando de los Ríos. Durante 1944, antes del final de la Guerra Mundial, Indalecio Prieto viaja en varias ocasiones desde su exilio en México hasta Nueva York para intervenir como orador junto a Fernando de los Ríos en actos que se organizaban para recaudar fondos para la “Junta”, ya fuera para la “Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles” o la “Junta Española de Liberación”[11]. El político Diego Martínez Barrio, que fuera presidente interino de la República, también asistió a estas reuniones llegando igualmente desde México. Aquellos actos, en que se recaudaban cantidades superiores a los cincuenta mil dólares[12], dieron lugar a la creación en 1945 de un gobierno republicano en el exilio, que materializaba los deseos de los exiliados de estar preparados para gobernar, una vez Franco hubiera caído. De hecho, en los primeros meses de 1945, Fernando de los Ríos viaja en varias ocasiones a la capital de México, donde Martínez Barrios organiza unas Cortes Republicanas. A menudo, las únicas noticias que Doña Fernanda recibe en Nueva York aluden a los quehaceres de su hijo Fernando como portavoz del grupo Socialista en las Cortes Republicanas.
Estas Cortes tuvieron una corta vida, pues fueron clausuradas por el escaso quórum que habían concitado, llegando a reunir no más de 62 diputados. El primer entusiasmo internacionalista, nacido de Estados Unidos, Normandía, Clemente Atlee y la Conferencia de Naciones Unidas, se había desvanecido de un golpe y puede que ello tuviera impacto en el fracaso de las cortes republicanas. Parece que, con el fin de la II Guerra Mundial, precisamente el hito al que se habían fiado todos los republicanos y que aparecía en todas las comunicaciones de la Bisa como la fecha esperada, dio al traste con las esperanzas de una rápida caída del régimen de Franco.
El resto de la historia es sabido. Muchos, murieron sin ver su tierra de nuevo. Los que no se quedaron para siempre, fueron volviendo paulatinamente, aunque muchos hubieron de esperar a la muerte de Franco treinta años después. 

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448 Riverside Drive fue durante más de una década, la sala de estar de la fe en la República, el lugar sin censura. En aquellas paredes, Franco era el patético y temido dictador. Más allá de la puerta, Franco no era nadie. El mundo secular de fuera estaba vacío y era absurdo. El religioso del interior habría sido un misterio para cualquier americano que osara entrar.
Aquella atalaya fue fundamental para mantener unidos a los exiliados en torno a una forma de entender la vida. Arrastrados por la fuerza de una ciudad –Nueva York- y un país –Estados Unidos- en su máximo esplendor, sólo una figura maternal y acrítica, pero sólida y severa, podía mantener con vida la memoria de los que conocieron España y trasladársela, como un tesoro, a los niños que iban viniendo al mundo. Esa figura fue Fernanda Urruti.
Fernanda supo dotar de sustento a filósofos, arquitectos, intelectuales, literatos, políticos y artistas que destacaban en todas las universidades de Estados Unidos y Latinoamérica. Todos pasaron por aquella sala de estar con los corazones en sus manos. Si algo nos queda de sus testimonios, es que los españoles en el exilio llevaron un caudal de talento a las sociedades que les recibieron. Ellos mostraron su agradecimiento siendo felices hacia afuera y republicanos hacia dentro. Su republicanismo se reciclaba en el 448 de Riverside Drive. Allí, sólo había dos obligaciones: mantener la fe en la República española y darle un beso a la vieja madre de D. Fernando de los Ríos, la vieja rondeña neoyorquina. 




BIBLIOGRAFÍA GENERAL
-       “Una excursión por la Serranía de Ronda en 1917”, Azcárate Flórez, Pablo, Publicado en la revista Jábega en 1981
-       “La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente”, Jiménez-Landi, Antonio, Edicions Universitat de Barcelona, 1996
-       Indalecio Prieto: Discursos en América. Confesiones y rectificaciones. Fundación Privada Indalecio Prieto, Editorial Planeta, Barcelona 1991
-       “La forja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962)”, Leandro Álvarez Rey, Universidad de Sevilla
-       “Lo que en nosotros vive”, Manuel Fernández-Montesinos, ed. Tusquets, 2008
-       “Poco a poco os hablare de todo: historia del exilio en nueva york de la familia de los Ríos, Giner, Urruti”, Ritama Munoz Rojas, Residencia de Estudiantes de Madrid, 2009
-       “Recuerdos Míos”, Isabel García Lorca, Tusquets Editores, 2002


[1] Este artículo sólo puede comprenderse a través de la hipótesis de que las abuelas representan lo más profundo de la esencia de la cultura española y que su figura calmada, abnegada y tenaz, su trabajo duro, sus guisos ricos y sus cariños excesivos anudan a los individuos a entender la existencia, las relaciones, de una forma común e identificable
[2] Necrológica del Diario ABC de 29 de marzo de 1950
[3] Dice un buen amigo, Jiménez Blanco y granadino, que no deja de ser curioso que aquella sea la iglesia del Monte Nebo, el monte desde el que Moisés vio la tierra prometida del pueblo judío antes de morir, sin pisarla. Muchos españoles, nunca volvieron a la España prometida. Porque se murieron antes o porque, a pesar de volver, regresaron demasiado lejos del ideal republicano que soñaban, a una España gris, famélica y callada, franquista y fracturada
[4] La Imitación de Cristo es, después de la Biblia, el texto más traducido de la historia de la humanidad. Un libro de ascética católica escrito como una serie de breves consejos para instruir al alma en la perfección cristiana a través de la imitación de Cristo. Se publicó anónimamente en el siglo XV, aunque su autoría se ha atribuido a Inocencio III, San Buenaventura, Enrique de Kalkar, Walter Hilton, Juan Gerson y, principalmente, a Tomás de Kempis. La obra está dividida en cuatro partes: “Avisos útiles para la vida espiritual”, “Avisos relativos a cosas espirituales”, “De la consolación interior” y “Del Santísimo Sacramento”, todas ellas centradas en la Eucaristía como herramienta para el conocimiento del mundo.
[5] "Poco a poco os hablaré de todo", Muñoz Rojas, R. , Pág. 91
[6] El lagarto está llorando. /La lagarta está llorando. / El lagarto y la lagarta / con delantaritos blancos. /Han perdido sin querer su anillo de desposados. / ¡Ay, su anillito de plomo,/ ay, su anillito plomado!/ Un cielo grande y sin gente/ monta en su globo a los pájaros. /El sol, capitán redondo, /lleva un chaleco de raso. / ¡Miradlos qué viejos son! /¡Qué viejos son los lagartos! /¡Ay cómo lloran y lloran. /¡ay! ¡ay!, cómo están llorando!
[7] Op. Cit. Pág. 124
[8] op. Cit. 211
[9] De Clement Atlee dijo Churchill, tras ser derrotado en las elecciones, que era un hombre modesto con razones objetivas para serlo
[10] Bassols Jacas, R. “España y Europa durante el Franquismo”, Revista de Historia Contemporánea, 2005
[11] La Junta Española de Liberación fue el principal precedente del gobierno republicano en el exilio y el único proyecto serio para deponer el régimen de Franco a través de la asfixia y el aislamiento internacional. Su mayor éxito, tras dirigir el 23 de diciembre de 1943, y el 26 de mayo de 1944, dos manifiestos a la opinión pública internacional, e obtuvo como resultado la influencia en la Conferencia de San Francisco, en la que se creó la Organización de las Naciones Unidas, el 25 de abril de 1945. Con motivo de aquella conferencia, la Junta Española de Liberación redactó un Memorándum de once capítulos firmado en nombre de la Junta por Álvaro de Albornoz, presidente tras la dimisión de Martínez Barrio y el malagueño Bernardo Giner de los Ríos, entre otros
[12] op. Cit. Pág. 188