Esta no es una historia feliz. Es la historia
de una exiliada de la Guerra Civil, como tantas otras que hubo. Una maleta de
cuero viejo, calurosas ropas de lana enlutada, incertidumbre y billete sólo de
ida. Pero no es un relato triste. Es la historia de la vida de una señora
culta, entera, digna y recia y de cómo, a través de su figura, es posible
conocer cómo pensaban, sentían y soñaban los españoles que tuvieron que huir a
Estados Unidos tras la Guerra Civil.
Pocas veces, la figura de una anciana en silla
de ruedas es tan importante para comprender por qué se forjó un grupo social y
un momento histórico fundamentales para nuestra historia reciente: el exilio. Esta
anciana, Fernanda, fue el bastón de apoyo moral para muchos intelectuales y la
imagen de una figura que quedaría en la memoria de las generaciones posteriores
de españoles-neoyorquinos. Y resulta que era rondeña[1].
Esta es la historia de una rondeña en Nueva
York.
FERNANDA URRUTI, RONDEÑA, MADRILEÑA, MADRE
Fernanda nació en 1858 en una familia
acomodada de Ronda. Su padre, Fernando Urruti Lechesagar, era un vascofrancés que
se trasladó a Ronda por negocios. En 1890 se casó con José del Río Pinzón, primo
de Francisco Giner de los Ríos, el universal fundador de la Institución Libre
de Enseñanza. Pinzón había ocupado un alto cargo en Filipinas y en una visita a
Ronda debió enamorarse de esta rondeña 17 años menor que él. Tuvieron tres
hijos, Fernando, Concha y Pepe. Sin embargo, la prematura muerte de su esposo,
incluso antes del nacimiento de Pepe, su
hijo mejor, llevó a Fernanda a lucir un luto del que ya no se separaría y que
le sería tan connatural como la natural dureza de su carismático carácter.
Cuentan numerosas biografías de
Fernando de los Ríos, el mayor de los hijos, aunque con un cierto tono a
estoicismo laudatorio, que Fernanda vendió todas sus propiedades aconsejada por
Giner de los Ríos para mudarse a Madrid, a la aventura, para que sus hijos
pudieran estudiar. En todo caso, así fue. La familia se desplazó a Madrid,
donde Fernando estudió Derecho, bajo la protección de Giner de los Ríos.
Fernando de los Ríos llegó a ser un
insigne jurista, catedrático, diplomático y ministro de la II República que
tuvo que exiliarse ante el estallido de la Guerra Civil. Se marchó a París,
Washington y, finalmente, Nueva York cuando la Guerra terminó. Su madre,
Fernanda Urruti, como había hecho casi toda su vida, acompañó a su hijo a la
Gran Manzana. Cuando llegó a la ciudad de los rascacielos, tenía más de 80 años
y probablemente ya sabía que no volvería
a España, y mucho menos a Ronda.
LA GUERRA CIVIL Y NUEVA YORK
Tras el estallido de la Guerra Civil, la
familia de los Ríos abandona España rumbo a Francia. Al poco de llegar, requieren
a Fernando para que ocupe la embajada republicana en Washington, puesto que sólo desempeña brevemente. Finalmente, invitado por la New School for Social Research
–la universidad más progresista de Nueva York, ubicada en pleno centro de
Manhattan-, Fernando de los Ríos, su esposa Gloria Giner, su hija Laura y las
abuelas Doña Fernanda –la madre de Fernando- y Doña Laura García Hoppe – madre
de Gloria -, se instalan en la Gran Manzana.
Una rondeña en
Nueva York
En el 448 de Riverside Drive, en el norte de
la isla de Manhattan, situada entre el hermoso parque de Riverside Park, el río
Hudson y la Universidad de Columbia, se ubica la residencia de la familia de
los Ríos Giner y, con ellos, de Doña Fernanda Urruti. Aquel hogar, enclavado en
el sexto piso de un edificio de una decena de plantas, permitía a Doña Fernanda
–la Bisa, como la llamaban todos- contemplar
la actividad de Riverside Park y el río desde el hermoso ventanal al exterior.
Desde la habitación paralela, también de cara al río, preparaba Fernando las
clases en la New School, los ensayos y publicaciones y se reservaba un buen
rato para trabajar por la restauración republicana y recibir en su casa a un
sinnúmero de exiliados y emigrantes. El resto de habitaciones y la cocina, iban
serpenteando por el pasillo hacia un patio interior. Innumerables testimonios describen
el rol de prócer y anfitrión que Fernando de los Ríos jugó para todos los
exiliados que llegaban a Nueva York. Las continuas visitas de los recién
llegados, hicieron que la vida de Doña Fernanda estuviera profundamente ligada
a la sociedad española en el exilio y a sus actividades políticas. A menudo, su
hijo recibe a literatos, políticos y profesores de universidad que siempre
tienen una atención para las dos abuelas de la casa, Doña Fernanda y Doña
Laura.
Los viajes de Fernando son largos y numerosos.
Invitado por numerosas universidades de México, Centro y Sudamérica, a la vez
que reclamado por sus obligaciones en el gobierno en el exilio, Fernando se
ausenta largas etapas durante las cuales escribe numerosas cartas y postales a
la familia. En Nueva York queda Gloria Giner, que junto a su hija Laura, colman
de atenciones a las abuelas que, si bien apenas salen de la casa, mantienen una
extraordinaria lucidez. Fernanda lee y escribe a la familia en Madrid (sus
nietos y bisnietos) y a su hijo menor, Pepe, en Puerto Rico. Es una lectora
incansable y una activa conversadora.
También es muy religiosa. Y no pierde atención
a la vida política de su hijo, no tanto de lo que Fernando hacía, sino de lo
que políticos, intelectuales y amigos le contaban sobre su hijo.
Ronda en la
rondeña.
Fernanda no era una mujer sentimental. Si
acaso, mostraba sus sentimientos a través de una tenue relajación de su natural
severidad. Con sus familiares, es abundante cuando relata lo mucho que los
extraña, pero les reprende duramente cuando olvidan felicitarle el 24 de enero,
día de la Virgen de la Paz y cumpleaños de Doña Fernanda, de la misma manera
que lo hace cuando no le envían correspondencia durante un largo periodo o
cuando, aún haciéndolo, le hablan de cosas o en formas que ella no aprueba.
Sus recuerdos de Ronda son una constante
silenciosa –o silenciada- por su severa vida. A menudo pregunta por los
familiares, ya viejos, que seguían en Ronda: los hermanos Cruz Urruti, Manolo
Troyano Mellado. Diversas escenas religiosas, como la Virgen de la Paz o la
Virgen de los Remedios, transitan por su memoria como acompañantes de una mujer
a quien Nueva York le parece una espiral de secularización, donde Dios ha
salido de todo. Ronda, con todo, no es una presencia tan doliente como la de
otros exiliados. Ni siquiera –por comparar- como la de Juan Centeno, otro
rondeño director de los cursos de verano del Middlebury College, quien desde
sus actividades académicas siempre tenía un buen recuerdo para la Bisa, sólo por ser –para él- un pedazo
de Ronda.
Ronda, para Fernanda Urruti es el reflejo de
algunas personas en su recuerdo, la Virgen de la Paz y Padre Jesús. No es mucho
más, pero tampoco lo es Madrid, Granada o el resto de lugares en que vivió.
Quizá fuera más una mujer de personas, que de lugares.
Nueva York, ciudad
sin Dios
La religión y la reflexión sobre como perciben
la religión los americanos son una de las preocupaciones centrales de Fernanda.
A todos los españoles les resultaba extraño e incómodo vivir en una ciudad con
rascacielos pero sin procesiones, donde los campanarios de las iglesias no son
los edificios mayores, sino apenas los menores, ni están en el centro de la
ciudad, que es ocupado por una enorme plaza luminosa llamada Times Square. La
secularización desestabilizaba a todos los españoles en el exilio, incluso a
los más recalcitrantes ateos e iconoclastas republicanos.
Doña Fernanda era una devota en tierra de
apaches. A principios de 1940, Fernanda aún salía de casa acompañando a la
familia a la misa del Domingo en la Parroquia de Nuestra Señora de la
Milagrosa, situada en el barrio de Harlem, al norte de Manhattan. Para llegar
hasta ella bastaba con caminar a lo largo de alguna de las calles que
atraviesan la isla de un lado a otro. La iglesia de la Milagrosa fue fundada
por el padre Ginar, un mallorquín perteneciente a la orden de los Vicentinos en
1926, cuando adquirieron el templo de una congregación judía conservadora que
la había empleado como sinagoga. En la Milagrosa se escucharon las primeras
misas en español de todo el viejo Manhattan y pervivió hasta que fuera vendida
en 1980 a la Iglesia Baptista de Mont Neboh[2].
Hoy, nada permite reconocer en el “Pastor Senior” de la iglesia del Monte Nebo[3]
aquella parroquia con curas españoles. Fernanda iba a confesarse con el padre
Ginar, “porque era el único que la
entendía”.
Ni siquiera en la etapa final de su vida en
Nueva York, Doña Fernanda abandonó la lectura de “La Imitación de Cristo”[4],
el libro de cabecera de la Bisa, que le acompañó desde sus primeros
años en Madrid, una vez se marchó de Ronda, hasta sus largas horas de soledad
en Nueva York.
En la religión se observan las raíces rondeñas
de Fernanda. Durante estos años, cada 24 de enero dirige cartas a su familia en
Madrid, felicitándoles, recordándoles o simplemente mencionando la fecha de la
celebración del día de la Paz, Virgen
por la que Fernanda sentía devoción. Poco parecía a ella importarle que también
ésa fuera la fecha de su cumpleaños.
Jingle bells,
jingle bells: Navidades en Manhattan
A Doña Fernanda le fascinaba la Navidad
neoyorquina. Las visitas de las amistades de su hijo y la familia era una de
las pocas cosas que a esta señora nervuda la hacían crepitar. Orgullosa de su
hijo, también se divertía de oír a las asiduas visitas: líderes en el exilio y
grandes caciques latinoamericanos. Incluso el presidente de Colombia en la
época, Eduardo Santos Montejo, hacía llegar regalos navideños, que Doña
Fernanda aceptaba con ilusión. Santos Montejo había entablado una gran amistad
con Fernando de los Ríos y cuando acuden a la cena de Nochebuena a casa de la
familia de los Ríos, obsequian regalos de gran valor a todos los miembros de la
familia. Y a la Bisa le regalan un
reloj para la mesita de noche. De cobre, con alarma y retro iluminación, Doña Fernanda
describe con emoción el regalo recibido a los nietos y bisnietos de Madrid.
A la Bisa
le impresiona el fantástico envoltorio de los regalos navideños neoyorquinos,
que le resulta un regalo en sí mismo. En alguna de las cartas enviadas a la
familia en Madrid tras la Nochebuena de 1939, incluye retazos de los papeles de
envolver, fascinada y deseando compartir su fascinación.
Los cursos de
verano en Middlebury College: La España más España, veraniega y feliz
Cuando llegaba el verano, toda la familia se
desplazaba al norte de Nueva York, a una casa de campo situada en Middlebury,
en el estado de Vermont, cerca de la frontera con Canadá, invitados por el
también rondeño Juan Centeno, director de los Cursos de Verano de la
Universidad Middlebury College. Más apegado a la tierra que la recia Fernanda,
Juan Centeno siempre creyó ver un pedazo de Ronda en aquella mujer mayor.
Preocupado por su bienestar, Juan Centeno a menudo decía a Fernanda que la
sentía como “algo muy suyo” [5].
Juan Centeno había estudiado en la Residencia
de Estudiantes y, tras casarse con una profesora americana – que Pedro Salinas,
amigo y admirador de Centeno, llegaría a calificar de “feucha pero muy lista”-,
dirigió durante 18 años aquellos cursos de verano, a donde llegaron numerosos
profesores republicanos en el exilio, trabando importantes relaciones afectivas
y de amistad entre ellos. Los cursos se impartían en español, lo que le daba un
toque bizarro para los estudiantes americanos, que acudían a oír a aquellos
españoles salidos de un país exótico tan lleno de guerras y miserias como de
artistas locos y geniales (Picasso, Lorca, Dalí, Américo Castro…).
Fueron tiempos en que la Bisa disfrutaba rodeada de seres queridos. A la comunidad de
exiliados se unían visitas de Madrid, nietas con sus hijos o sobrinos
aventureros. Todos se reunían a preparar representaciones teatrales de las
obras de Lorca en las que cada uno cumplía una función. Por los relatos de
felicidad de Doña Fernanda, vemos que la España creada por Centeno, un rondeño,
en Vermont, fue una pequeña ínsula de esperanza para todos.
La muerte de
Fernando de los Ríos
A finales de 1947, Fernando de los Ríos tiene
que abandonar las clases en la New School, donde le proponen que se dedique a
sus escritos, en la consciencia de que su luz se apagaba rápidamente. En mayo
de 1948, la New School for Social Research nombra a Fernando de los Ríos catedrático
emérito (“Professor Emeritus”),
cuando su estado se había deteriorado mucho. Doña Fernanda, observa extrañada
la indiferencia de su hijo Fernando hacia el homenaje, convencida de que se trata
de un signo inequívoco de su precario estado de salud.
Finalmente, en mayo de 1949, Fernando de los
Ríos falleció. Su madre, en una carta dirigida días después a la familia en
Madrid, afirmó: “no sé qué deciros de la amargura y el dolor de mi alma, no
encuentro palabras. Sólo sé que la vida sigue aunque a una le parezca
imposible”.
No creo que extrañara a nadie la actitud de
Fernanda ante la muerte de su hijo. Su gesto tenía una frialdad que sólo se
observa en las fotografías sepia tomadas con cámaras en todas las postguerras.
Esa dureza de gesto nunca tiene origen en el modelo cámara empleado para el
retrato, o los materiales del revelado, sino que nace de las hambres y
privaciones, de las faltas de higiene y de diversión en sus vidas. La cara de
Doña Fernanda era la imagen del desastre de Annual, del desembarco de Alhucemas
y las batallas de la Guerra Civil. Poco antes del final de la II Guerra
Mundial, en la Navidad de 1944, Fernando de los Ríos excusa en una carta a
dirigida a la familia en Madrid a Doña Fernanda por no mostrar tristeza ni
añoranza en sus comunicaciones enviadas a España. “Abuela siempre admirable –
dice- ¡qué fortaleza de alma!¡qué dominio de sus emociones!¡que maravilla de
serenidad en sus juicios!”
The Gate of
Heaven
En 1953, a los 95 años y cuatro después de su
hijo Fernando, Doña Fernanda falleció en su cama de Nueva York, tras más de
doce años en la tierra del gringo. Durante
sus últimos días de padecimiento, su extraordinaria naturaleza física le
dificultó el descanso. El cementerio de “la
puerta del cielo”, un bonito paraje al norte del Estado de Nueva York, que
parece querer recordar la belleza de su Ronda natal, es su lugar de reposo, cerca
de D. Federico García Rodríguez, el padre de García Lorca. Su hijo Pepe de los
Ríos, que llegó en sus últimas horas desde Puerto Rico, su nuera Gloria y su
nieta Laura, encargaron a una imprenta en Nueva York unas estampas de Padre
Jesús y de la Virgen de la Paz para su esquela.
LA GRAN FAMILIA EN EL EXILIO
El puente entre lo personal y lo social, entre
lo doméstico y lo político de la vida de Doña Fernanda, se encuentra en el
salón de casa. Las visitas y las meriendas. Quién acude y de qué se habla. Porque,
si bien la casa de Fernando de los Ríos fue la verdadera embajada de España en
Estados Unidos y Gloria Giner su anfitriona, nada habría sido posible si
Fernanda –Doña Fernanda- no hubiera ocupado un lugar tan importante allí. Como en
todos los hogares españoles, Nueva York tenía la abuela que todos quieren y
respetan y que ejerce oportunamente severidad y benevolencia.
Las familias ilustres del exilio
Del gran número de obras biográficas y
ensayísticas que se han ido publicando, sorprende observar la cantidad de
relaciones que entrelazaban a los apellidos ilustres en el exilio. Entre todos
ello, los exiliados y emigrantes, la casa de D. Fernando de los Ríos en
Riverside Drive se convirtió en el hogar para los que llegaban, la convivencia de
los que se quedaban y el consuelo de los que padecían.
A menudo, el Doctor Negrín –Presidente de la
República- acude a saludar a la familia y no sólo a hablar con Fernando de los
Ríos. Indalecio Prieto, Inda, y
Martínez Barrios, relatan en sus visitas a Doña Fernanda la marcha de la Guerra
Mundial, se interesan por su rutina neoyorquina y le hacen pequeños obsequios
que la Bisa agradece. Juan Ramón
Jiménez junto con su familia, es siempre bien acogido.
La familia también recibe la visita de Teresa
Guillén, la hija de Jorge Guillén, la niña entrañable a quien Federico García
Lorca dedicara un emotivo poema[6],
que se había casado con un tal Stephen Gilman y vivía a caballo entre
diferentes universidades de Estados Unidos.
Y aquellos que no están, les escriben. Justino
Azcárate, profesor de Derecho político que llegaría a ser el único republicano
que llegara a ser senador real en la democracia postfranquista, ministro
republicano y estudiante de la Institución Libre de Enseñanza, estaba casado
con Emilia González Uña, a quien la Bisa
llamaba cariñosamente Emilita. Desde
el exilio de ambos en Venezuela, enviaban frecuentemente telegramas a la
familia de los Ríos Giner a Nueva York. Esta amistad venía de varias décadas
atrás. Incluso Pablo Azcárate, hermano de Justino y también alumno de la ILE,
embajador y novelista, relataba durante el exilio su amor por la Serranía de
Ronda recordando los viajes que, muchos años antes con Fernando de los Ríos y
su primo Fernando Pérez Urruti, le habían llevado por los alcornocales de la
zona. Pedro Salinas, el gran poeta del amor de la Generación del 27, también
aparecía a menudo con su hija Solita por
la correspondencia y el hogar de Pepe de los Ríos, el hermano de Fernando, en
Puerto Rico.
Un alto en el camino merece Soledad Miralles,
la esposa del Dr. Cantalapiedra, el médico que atendía a Fernando de los Ríos
durante su enfermedad en Nueva York. Reconocida bailaora, hermana de bailaoras
y de un picador apodado “el Madriles”, fue adorada por personajes como
Roosevelt y Manuel de Falla. Soledad se había hecho famosa en España no sólo
por su arte en el baile, sino por ser una de las primeras mujeres toreras.
Lejos de disgustar esta heterodoxia a Doña Fernanda, ambas gustaban de
disfrutar ratos de risa y conversación, siempre sazonada por los agudos
comentarios de Soledad.
Sin embargo, es la familia García Lorca -la de
los padres, hermanos y sobrinos del poeta- la que da vida a la mayor historia
de amor del exilio de la Bisa. D.
Federico García Rodríguez era uno de los empresarios más prósperos de Granada.
Fue allí donde entabló una genial amistad basada en la conversación ácida con
Fernando de los Ríos. Tan es así, que cuando la familia García Lorca tiene que
marchar al exilio a bordo de un barco llamado “Marqués de Comillas”, ya saben a
dónde dirigirse: a casa de Fernando de los Ríos en Nueva York. Durante los
primeros meses de 1940, todos conviven en aquella pequeña casa. De hecho,
siempre vivieron no más lejos de unos pocos minutos a pie. Cuando Don Federico
oía que Fernando paraba por Nueva York, se acercaba hasta su domicilio
acompañado de su nieto por el placer de discutir con Fernando de los Ríos. La
figura de Doña Fernanda, siempre enlutada junto a la ventana de la estancia,
representaba para todos un símbolo de la fuerza misma de la idea republicana.
Incluso la hija de Fernando, Laura de los
Ríos, se casó con Francisco García Lorca, el hermano menor de Federico. De la
correspondencia que cruzaban, de sus reuniones, sus publicaciones conjuntas y
las clases que solían impartir todos ellos en prestigiosas universidades -Columbia,
New School, Universidad Autónoma de México, etc.-, nos queda un relato lleno de
emociones y de una profunda riqueza literaria que nuestro país perdió después
de la Guerra y aún no hemos recuperado del todo.
VIDA Y POLÍTICA A LOS OJOS DE LA
RONDEÑA
Fernanda sigue con atención los encuentros que
mantiene su hijo Fernando sucesivamente con diferentes líderes republicanos en
el exilio así como con dirigentes estadounidenses y latinoamericanos. Desde su
silla de ruedas y en el salón de casa, la Bisa
nunca pierde de vista la penosa situación en que se encuentra la España que
ella abandonó y la difícil situación internacional que se avecina a principios
de 1940 por el surgimiento de los regímenes fascistas en Europa.
La narración de Fernanda nos ilustra sobre las
dos grandes esperanzas del primer exilio y su gran decepción: la fe en Estados
Unidos durante la guerra y la confianza en la victoria de los laboristas en
Inglaterra; la fe en la incapacidad de Franco para mantener el poder y la
permanente organización de un gobierno alternativo y, finalmente, la decepción
de ver cómo el apoyo internacional nunca provocaría una pronta caída del
Franquismo.
Estados Unidos y la revolución sin armas en Inglaterra
Fernanda, como toda la sociedad americana (y
también los exiliados), tiene una opinión
sobre la marcha de la Segunda Guerra Mundial determinada por el triunfalismo
que siempre reinó en los medios de comunicación americanos (al menos, los de
Nueva York) y que lo impregnaba todo. Los americanos se veían a sí mismos como
los únicos capaces de librar al mundo de comunistas y dictadores. De las cartas
de Fernanda a la familia en Madrid[7],
se observa esta percepción de sí mismos tan característica de los yanquis como los buenos de la película. Aunque, para los exiliados que
frecuentan la compañía de Fernanda, los americanos tensaron la cuerda de su
entrada en la guerra hasta que ambos bandos estuvieron suficientemente
devastados y ellos pudieran aparecer como la única alternativa libertadora. Todas
las dudas de los españoles parecieron disiparse con el Desembarco de Normandía.
Aquel acto bélico desbordó todas las emociones. Todo el mundo –incluida la Bisa e incluidos los exiliados
españoles- alababan impresionados el despliegue de los americanos. En las casas
de los exiliados españoles, se construían grandes mapas bélicos de Europa, que
se iban completando con fichas de uno u otro color, dependiendo de las
informaciones que facilitara la radio con los partes de guerra. A los exiliados les importaba Franco y su
fascismo, pero celebraban el desembarco como si se hubiera producido en las
mismas costas de Galicia o Huelva.
En los pensamientos de Doña Fernanda hay
varias ilusiones alimentadas por los comentarios de su hijo probablemente en la
mesa a la hora del almuerzo. La primera, los rusos. Para la madre de un
filósofo socialista, Rusia aún representa un salvador, de algún modo. Fernando,
a diferencia de su madre, no tiene tanta confianza en que pudiera darse un
entendimiento entre la Rusia comunista y la sociedad liberal norteamericana que
a él le ha abierto sus puertas. Una vez decantado el destino de la Guerra,
Fernando reflexiona a menudo sobre la hegemonía de Rusia y su ideología en
Europa continental y el impacto que progresivamente ello tendría en los países
de la región. Para Fernando de los Ríos, Estados Unidos trataría de evitar sin
éxito el aumento de la influencia soviética en Europa. Este papel equilibrador,
debía corresponder a Alemania, pero el régimen nazi había desestabilizado todas
las estructuras sociales con su barbarie[8].
La segunda de estas esperanzas, fue la
victoria del partido laborista en las elecciones de 1945. Los laboristas de
Clement Atlee[9] se esforzaron por
presentarse como los líderes de la nueva Gran Bretaña, opuesto al
conservadurismo doctrinario de Churchill. El manifiesto del Partido Laborista
"Enfrentemos el Futuro", prometía nacionalizar el Banco de Inglaterra,
el combustible, la energía eléctrica, el carbón, el hierro, el acero y el
transporte público y garantizaba el pleno empleo. Fernando de los Ríos expresó
a su madre que aquello sí que constituía una “revolución sin armas” y que la
caída del Franquismo sería inmediata.
En 1945, en la Conferencia de Postdam se
reunían los representantes de los países ganadores de la Guerra Mundial:
Truman, Stalin, Churchill y Clement Attle y establecían, negro sobre blanco,
una declaración de hostilidad y aislamiento contra el régimen de Franco. Sin
embargo, el alcance de las intenciones de los países vencedores de la Guerra
Mundial no era exactamente el que esperaban en casa de la Bisa. El ministro de exteriores inglés precisó con suficiente
crudeza este alcance:
“Se han dicho muchas cosas en esta Cámara del
General Franco y del problema español. En breves palabras voy
a exponer el criterio del Gobierno de Su Majestad. La cuestión del régimen de
España es una cuestión que tiene que decidir el Gobierno español. No puedo ir
más allá de la declaración formulada después de la Conferencia de Berlín. La
declaración da a entender claramente que, así como no tenemos deseos de
sancionar permanentemente al pueblo español, no admitiremos a España en la
sociedad internacional, a menos que el país acepte los principios básicos de la
libertad política”.
Esta manifestación ya dejó claro que la
sociedad internacional no depondría a Franco. Al menos, no en el modo en que
esperaban Fernando de los Ríos y la sociedad del exilio.
El débil dictador y la permanente investidura
Junto con la observación optimista de la
evolución de la Guerra – y quizá a causa de ésta- los intelectuales en el
exilio permanecen en un constante estado de investidura, preparados para tomar
la alternativa en cuanto los fascistas fueran derrotados y Franco y la Falange
cayeran con ellos. Da la impresión de que, vista desde el exilio, la opinión
internacional era mucho más trascendente para el destino de España, de lo que
se veía desde dentro del país. Quizá fuera así, y el régimen de Franco estuvo
más veces más cerca del abismo de lo que se imaginaban los jerarcas franquistas.
En España, el aislacionismo fue duro e implacable, con unos medios de
comunicación absolutamente controlados, con especial intensidad durante la primera etapa del Franquismo, que
se extiende hasta 1952[10].
Doña Fernanda, que está al corriente de todos
estos trajines, recela de un General Franco al que juzga como un simple
mentiroso. Quizá sea por ser ya una anciana, porque era una intelectual o la
madre de un ministro, el recuerdo de Franco para Doña Fernanda no es más que el
de un mentiroso. Alguien que no es de fiar, todo lo más, un traidor.
Para todos los republicanos, el primer paso
tenía que ser la unificación de la alternativa. Entre los exiliados estaban los
comunistas, socialistas, el POUM, monárquicos, nacionalistas vascos… un guirigay.
Parece que la idea de una restauración monárquica, pergeñada por Indalecio
Prieto, fue que mayor fuerza cobró, a juzgar por las comunicaciones de Fernando
de los Ríos. Durante 1944, antes del final de la Guerra Mundial, Indalecio
Prieto viaja en varias ocasiones desde su exilio en México hasta Nueva York
para intervenir como orador junto a Fernando de los Ríos en actos que se
organizaban para recaudar fondos para la “Junta”, ya fuera para la “Junta de
Auxilio a los Republicanos Españoles” o la “Junta Española de Liberación”[11].
El político Diego Martínez Barrio, que fuera presidente interino de la
República, también asistió a estas reuniones llegando igualmente desde México. Aquellos
actos, en que se recaudaban cantidades superiores a los cincuenta mil dólares[12],
dieron lugar a la creación en 1945 de un gobierno republicano en el exilio, que
materializaba los deseos de los exiliados de estar preparados para gobernar,
una vez Franco hubiera caído. De hecho, en los primeros meses de 1945, Fernando
de los Ríos viaja en varias ocasiones a la capital de México, donde Martínez
Barrios organiza unas Cortes Republicanas. A menudo, las únicas noticias que
Doña Fernanda recibe en Nueva York aluden a los quehaceres de su hijo Fernando
como portavoz del grupo Socialista en las Cortes Republicanas.
Estas Cortes tuvieron una corta vida, pues
fueron clausuradas por el escaso quórum que habían concitado, llegando a reunir
no más de 62 diputados. El primer entusiasmo internacionalista, nacido de
Estados Unidos, Normandía, Clemente Atlee y la Conferencia de Naciones Unidas,
se había desvanecido de un golpe y puede que ello tuviera impacto en el fracaso
de las cortes republicanas. Parece que, con el fin de la II Guerra Mundial,
precisamente el hito al que se habían fiado todos los republicanos y que aparecía
en todas las comunicaciones de la Bisa como
la fecha esperada, dio al traste con las esperanzas de una rápida caída del
régimen de Franco.
El resto de la historia es sabido. Muchos,
murieron sin ver su tierra de nuevo. Los que no se quedaron para siempre,
fueron volviendo paulatinamente, aunque muchos hubieron de esperar a la muerte
de Franco treinta años después.
*******
448 Riverside Drive fue durante más de una década, la sala de estar de la fe en la República, el lugar sin censura. En aquellas paredes, Franco era el patético y temido dictador. Más allá de la puerta, Franco no era nadie. El mundo secular de fuera estaba vacío y era absurdo. El religioso del interior habría sido un misterio para cualquier americano que osara entrar.
Aquella atalaya fue fundamental para mantener
unidos a los exiliados en torno a una forma de entender la vida. Arrastrados
por la fuerza de una ciudad –Nueva York- y un país –Estados Unidos- en su
máximo esplendor, sólo una figura maternal y acrítica, pero sólida y severa,
podía mantener con vida la memoria de los que conocieron España y
trasladársela, como un tesoro, a los niños que iban viniendo al mundo. Esa
figura fue Fernanda Urruti.
Fernanda supo dotar de sustento a filósofos,
arquitectos, intelectuales, literatos, políticos y artistas que destacaban en
todas las universidades de Estados Unidos y Latinoamérica. Todos pasaron por
aquella sala de estar con los corazones en sus manos. Si algo nos queda de sus
testimonios, es que los españoles en el exilio llevaron un caudal de talento a
las sociedades que les recibieron. Ellos mostraron su agradecimiento siendo
felices hacia afuera y republicanos hacia dentro. Su republicanismo se
reciclaba en el 448 de Riverside Drive. Allí, sólo había dos obligaciones:
mantener la fe en la República española y darle un beso a la vieja madre de D.
Fernando de los Ríos, la vieja rondeña neoyorquina.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
-
“Una excursión por la Serranía de Ronda en 1917”, Azcárate Flórez,
Pablo, Publicado en la revista Jábega en 1981
-
“La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente”, Jiménez-Landi,
Antonio, Edicions Universitat de Barcelona, 1996
-
Indalecio Prieto: Discursos en América. Confesiones y
rectificaciones. Fundación Privada Indalecio Prieto, Editorial Planeta,
Barcelona 1991
-
“La forja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962)”,
Leandro Álvarez Rey, Universidad de Sevilla
-
“Lo que en nosotros vive”, Manuel Fernández-Montesinos, ed.
Tusquets, 2008
-
“Poco a poco os hablare de todo: historia del exilio en nueva york
de la familia de los Ríos, Giner, Urruti”, Ritama Munoz Rojas, Residencia de
Estudiantes de Madrid, 2009
-
“Recuerdos Míos”, Isabel García Lorca, Tusquets Editores, 2002
[1]
Este artículo sólo puede comprenderse a través de la hipótesis de que las
abuelas representan lo más profundo de la esencia de la cultura española y que
su figura calmada, abnegada y tenaz, su trabajo duro, sus guisos ricos y sus
cariños excesivos anudan a los individuos a entender la existencia, las
relaciones, de una forma común e identificable
[2] Necrológica del Diario ABC de 29 de
marzo de 1950
[3]
Dice un buen amigo, Jiménez Blanco y granadino, que no deja de ser curioso que
aquella sea la iglesia del Monte Nebo, el monte desde el que Moisés vio la
tierra prometida del pueblo judío antes de morir, sin pisarla. Muchos españoles,
nunca volvieron a la España prometida. Porque se murieron antes o porque, a
pesar de volver, regresaron demasiado lejos del ideal republicano que soñaban,
a una España gris, famélica y callada, franquista y fracturada
[4] La Imitación de Cristo es, después de
la Biblia, el texto más traducido de la historia de la humanidad. Un libro de
ascética católica escrito como una serie de breves consejos para instruir al
alma en la perfección cristiana a través de la imitación de Cristo. Se publicó
anónimamente en el siglo XV, aunque su autoría se ha atribuido a Inocencio III,
San Buenaventura, Enrique de Kalkar, Walter Hilton, Juan Gerson y,
principalmente, a Tomás de Kempis. La obra está dividida en cuatro partes:
“Avisos útiles para la vida espiritual”, “Avisos relativos a cosas
espirituales”, “De la consolación interior” y “Del Santísimo Sacramento”, todas
ellas centradas en la Eucaristía como herramienta para el conocimiento del
mundo.
[5] "Poco a poco os hablaré de todo", Muñoz Rojas, R. , Pág. 91
[6] El lagarto está llorando. /La lagarta
está llorando. / El lagarto y la lagarta / con delantaritos blancos. /Han
perdido sin querer su anillo de desposados. / ¡Ay, su anillito de plomo,/ ay,
su anillito plomado!/ Un cielo grande y sin gente/ monta en su globo a los
pájaros. /El sol, capitán redondo, /lleva un chaleco de raso. / ¡Miradlos qué
viejos son! /¡Qué viejos son los lagartos! /¡Ay cómo lloran y lloran. /¡ay!
¡ay!, cómo están llorando!
[7] Op. Cit. Pág. 124
[8] op. Cit. 211
[9] De Clement Atlee dijo Churchill, tras ser derrotado en las
elecciones, que era un hombre modesto con razones objetivas para serlo
[10] Bassols Jacas, R. “España y Europa
durante el Franquismo”, Revista de Historia Contemporánea, 2005
[11] La Junta Española de Liberación fue
el principal precedente del gobierno republicano en el exilio y el único
proyecto serio para deponer el régimen de Franco a través de la asfixia y el
aislamiento internacional. Su mayor éxito, tras dirigir el 23 de diciembre de
1943, y el 26 de mayo de 1944, dos manifiestos a la opinión pública
internacional, e obtuvo como resultado la influencia en la Conferencia de San
Francisco, en la que se creó la Organización de las Naciones Unidas, el 25 de abril
de 1945. Con motivo de aquella conferencia, la Junta Española de Liberación
redactó un Memorándum de once capítulos firmado en nombre de la Junta por
Álvaro de Albornoz, presidente tras la dimisión de Martínez Barrio y el
malagueño Bernardo Giner de los Ríos, entre otros
[12] op. Cit. Pág. 188
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