El Excesivismo
El pequeño cuadro del marco dorado ha
estado siempre en casa de mi abuela, sin que ninguno hayamos reparado jamás en
él. Al menos, yo no. Hace unos días fui a verla en una de esas visitas
relámpago en las que aprovecho para llenar mi nevera a costa de vaciar la suya.
Mientras ella iba colocando viandas en una bolsa de tela del Mercadona, yo
miraba con disimulo el cuadro del marco dorado, evitando reconocer que atracar
las reservas de tu abuela, cuando tienes casi treinta años, resulta un acto de
excesivismo.
En aquel cuadro sólo se veía una calle
inclinada dibujada con dos brochazos y una casa en la pendiente. Se trataba de
una de esas calles que serpentean de forma traviesa, ascendiendo la montaña de
Montmartre hacia la iglesia del Sacre Coeur de París. La calle des Saules. En
la fachada de la casa, el pintor había rotulado con torpeza. Decía: “Au Lapin
Agile”, uno de los Cabarets más famosos del París de las Vanguardias. Un
tugurio regentado por una cabaretera y su esposo barbudo y un burro adiestrado,
que frecuentaron Modigliani, Braque, Guillaume Apollinaire o Max Jacob. Incluso
Picasso aparecía de vez en cuando por allí. Todos ellos eran relativamente
desconocidos en aquella época y, a menudo, pagaban sus juergas en el cabaret
entregando cuadros a Frede, que era el nombre del barbudo propietario. Muchos
de aquellos cuadros, que colgaban de las mugrientas paredes del Lapin Agile
hasta que algún turista con demasiada suerte lo compraba por unas pocas
monedas, hoy se venden por decenas de millones de euros.
Resulta que mis abuelos fueron a París en
1978, quién sabe por qué. En su visita, un pintor callejero les convenció de
que compraran aquel cuadro, alegando que en unos pocos años él mismo sería más
famoso que Picasso. Eso sí que es un artista.
Al ver la escena del cuadro, me sentí
obligado a contarle a mi abuela, que en aquel mismo cabaret junto al que ella
compró el cuadro, unos pocos artistas decidieron gastar una broma pesada a la
sociedad parisina, que tan chovinista era ya entonces. Para ello, colocaron un
lienzo pintado en dos colores junto al burro de Frede. Ataron al burro Lolo un
pincel en su cola y éste se despachó pintarrajeando el lienzo. Después llevaron
el cuadro al Salón de los Independientes, un famoso salón de exposiciones
parisino. Dijeron que el cuadro lo había pintado un tal Boronali, pintor
italiano máximo exponente de un movimiento que se conocía como “Excesivismo”.
Durante semanas, París estuvo revolucionado, muchos críticos de arte querían
encumbrar ya el movimiento excesivista. En la prensa se hablaba de un
manifiesto del Excesivismo, que reclamaba el exceso en todos los ámbitos como
la única fuente para alcanzar la belleza y tachaba de burro a todo el que
negara esta realidad.
Me pareció una buena historia para
contarle a mi abuela sobre aquel cuadro que lleva 34 años en su pared, sin que
nadie haya querido ver más allá de que tenía un marco horroroso en tonos
dorados. Una historia que refleja el excesivismo de aquel pintor aficionado que
le endosó el cuadro mostrándose como el nuevo Picasso.
Probablemente lo fuera, pero a ella le
preocupaba más el excesivismo de un nieto impenitente ladrón de neveras. Llenó
la bolsa de comida y me la entregó para callarme la boca. Mucha tela.
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