viernes, 19 de marzo de 2010

Un olor tan extraño



La Antigua Santiago de los Caballeros de Guatemala se esconde del tiempo acurrucada bajo el Volcán de Agua al sur, el Volcán de Fuego al norte y el volcán de Acatenango, que vigila erguido a los otros dos. Protegida por estas montañas cíclope, fábricas de fuego, la Antigua se cobija lejos de la mano de Kronos, a veces inexorable, sin que las agujas del reloj sean capaces de alcanzarla.
Esta ciudad, por más de dos siglos inmutada, no fue la primera sede del gobierno español de la Capitanía General del Reino de Guatemala, pero sí la que recibió los atributos de mayor solera. En 1541, una violenta erupción del Volcán de Agua sepultó otra ciudad que ocupaba el lugar de Antigua y motivó la fundación de la ciudad. Durante los terremotos de Santa Marta de 1773, Antigua sacrificó su capitalía y muchos de sus monumentos, pero parece que obtuvo a cambio un pacto con el Diablo para no envejecer jamás.
Para entonces, Santiago de los Caballeros se había llenado de templos y conventos barrocos, de casas señoriales estilo mudéjar donde los pobladores jugaban con el agua como se hacía en Granada -la capital nazarí, no la joya de Nicaragua- conduciendo agua fresca hasta sus plazas anchas, soleadas y rodeadas con soportales, que vertían en sus pilas, donde las mujeres se reunían para lavar la ropa y charlar, bajo el chorro de fuentes con Ocho Caños.
Las casas de la Antigua están encaladas y salpicadas de albero. Por sus ventanas penetran las campanas de la iglesia del Carmen llamando a los feligreses para la Eucaristía. Por sus balcones se observan las palmeras junto al torreón: Palmeras y otro templo mudéjar. Parece que tuvieras en frente la Iglesia de Santa Catalina, en pleno centro de Sevilla.
La Antigua, un lugar tan igual a mi tierra andaluza, que apenas olvido que pertenece a una realidad completamente extraña.
Caminas por las calles atento al suelo irregular, a su adoquinado artesanal, que ha perdido la mitad de las piezas como si fuera la dentadura de un viejo campesino. Te sorprende un olor a incienso semanasantero y levantas la mirada buscando al acólito turiferario. Encuentras al mismo chaval de cara inocente, gesto preocupado por el humo que produce y guantes blancos de algodón, tiznados por el carbón que usa para la lumbre.
Podría ser califa cordobés. Podría estar en calle Larios, en un Jueves Santo malagueño.
Un olor tan igual y, sin embargo, una realidad de tan distinto olor. Un niño preocupado por su incienso, tan idéntico. A la vez, tan lejano.
Desde cualquier frente, aparece una marea de túnicas moradas que va a desembocar a la vieja y mínima catedral de la Antigua Guatemala, simplificada a fuer de terremotos, sin reconstrucciones parciales, ni mejoras. Al rato, por la misma puerta aparece una Cruz de Guía que se tambalea, agitada por el paso indeciso de un joven maya que la sostiene, bizarro, con uniforme de legionario romano.
En Semana Santa, la misma marea de nazarenos alineados irregularmente precede a un Padre Jesús idéntico al que escala los adoquinados, también mutilados, de las calles de Ronda. En la calle venden arropías, manzanas de caramelo y algodón de azucar. Se han agotado los churros con chocolate de los puestos repartidos por la calle. Detrás del Padre Jesús, los horquilleros cargan una Virgen. A todos les escolta la banda de música. Cornetas y tambores lustradas para la procesión, como hacen aquí. Lo mismito. El mismo paso, la misma devoción costalera. El mismo dios, un dios tan distinto.
Guatemala es el lugar más distintto, lejano y extraño del mundo, donde el Estado no existe, ni la Justicia, ni la realidad tampoco. Sietemil personas asesinadas al año y apenas un dos por cien de casos resueltos.
Su olor a incienso que huele a lo mismo que el nuestro. El resto no. El olor a sangre húmeda, renovada cada día, que riega las aceras de Guatemala. El olor a impunidad, que no huele a nada. El olor del hálito al respirar, huyendo para salvar la vida.
El hedor a la quimera de salvar la vida.
El olor de la distancia. Tanto que nos parecemos, casi tan iguales, tan alejados que estamos.
El mismo dios, un dios tan distinto.

1 comentario:

alfa dijo...

Por Dios, qué fotografías más hermosas!
:)