Retrato progresivo de D. Manuel Olivencia por Eva Garrido
Vips es una tienda de ultramarinos, con restaurante, prensa y todo lo que a uno se le ocurra. Se extiende por Madrid como setas, en cualquier esquina. Todos tienen enormes letreros rojos, feos y luminosos.
En mi barrio hay muchos restaurantes agradables. El
más antiguo restaurante indio de Madrid e incluso cantinas de cocina andaluza con
gazpacho en verano y lentejas en invierno. Con todos estos lugares, jamás imaginamos
que Manuel Olivencia fuera a citarnos en un Vips. Nos convocó, para colmo, a la
peor hora que uno puede concebir: la una de la tarde. Gentes de los edificios
de oficinas de la zona hacen cola en la puerta para encontrar un hueco en
cualquier mesa y engullir el menú del día.
Con estos mimbres, quisimos llegar unos minutos
antes para encontrar algún hueco que estuviera un poco retirado, un asiento
cómodo donde no fuera imposible conversar. Sin embargo, cuando entramos, él ya
estaba sentado en las mesas centrales, junto a la caja registradora y en la
zona de paso de clientes y camareros. Le acompañaban dos personas elegantemente
vestidas con quienes charlaba animadamente. Vista la situación, nos acercamos
con una sonrisa suspicaz, saludamos y Don Manuel Olivencia nos invitó a dar el
relevo a sus acompañantes.
Pedimos café para todos. Cortado para nosotros, café
sólo para él. Ya se había tomado uno antes de que llegáramos y aún se tomó otro
mientras charlábamos. Los endulzaba todos ellos con un sobrecito de sacarina
que sacaba, con parsimonia, del bolsillo de su americana.
“El Progreso”.
Antes de nada, queríamos hablar de progreso. Rilke entendía el progreso
como la obligación individual de abandonar todo tipo de certezas para mantener
la pulsión creativa. Él salió de Praga, su ciudad natal, huyendo del
provincianismo y la ignorancia para marcharse a París. En aquel entonces, París
era una ciudad irritantemente devorada por la frivolidad de artistas y bohemios,
donde la genialidad invadía todas las artes, y que sin embargo despreciaba al poeta
checo, que sufría por ello. De hecho, Rilke peregrina por toda Europa buscando
las fuerzas y la inspiración para conquistar París, que finalmente parece
encontrar en Ronda, cuando contempla el tajo desde el escaparate del Hotel
Victoria.
“Cómo puede ocurrir la menor cosa
si no se mueve toda la plenitud del futuro
–suma de todo el tiempo-
a nuestro encuentro?
¿no estás por fin en ella tú indecible?
Un poco más y no te sostendré
Envejezco o los niños me empujan hacia allí”.
si no se mueve toda la plenitud del futuro
–suma de todo el tiempo-
a nuestro encuentro?
¿no estás por fin en ella tú indecible?
Un poco más y no te sostendré
Envejezco o los niños me empujan hacia allí”.
¿Progresó D. Manuel Olivencia? Nacido en Ronda
durante las vacaciones de verano de su familia materna –aunque vivían en
Ceuta-, estudió Derecho en Sevilla, se
hizo Doctor en leyes en Bolonia, en el Colegio de San Clemente de los
Españoles. Allí, desde 1364 sólo acceden los estudiantes españoles –varones- que
mayor número de matriculas de honor han obtenido en la carrera. En riguroso
orden de méritos.
Fue profesor universitario en Madrid y catedrático
en Sevilla. Allí ejerció como decano de la Facultad de Derecho, primero, y de
Economía, después. Alto cargo durante la Transición y comisario de la Expo’92. Hoy
tiene 84 años y es miembro de cuantas reales
academias uno pueda imaginarse y recipiendario de todas las cruces que se
otorgan en España por acumular méritos. Creo que puede decirse que D. Manuel ha
progresado.
Sin embargo, para D. Manuel, el progreso no es un resultado, sino una hipótesis de trabajo. Para
darnos ejemplos de su reflexión no recurre a alguna de las cientos de referencias
acumuladas a lo largo de su vida. Cuando esperamos que nos hable de un anciano
ministro que conociera en su juventud o de algún bolonio entregado a la ciencia
jurídica, él sólo nos evoca a su abuelo materno. Su abuelo Ruíz, que salió de
Ronda para hacer la mili en Ceuta. Allí
montó una tiendecita para vender chacina rondeña. Eso era progreso, trabajar
sin descanso ni protesta. La tienda fue creciendo, cada vez daba sustento a más
familias y ofrecía más y mejores sueldos. No pudimos evitar una sonrisa
cómplice cuando D. Manuel nos confesó el nombre de la tienda de su abuelo: “El
Progreso”.
Quizá por eso, el profesor Olivencia comparte con
Rilke la idea de que progresar es en parte ser nómada. Como Rilke buscaba
París, muchos rondeños hubo que se fueron con rumbo a ciudades con universidad,
con industria, con oportunidades diferentes para realizarse y ser en sociedad. Para
D. Manuel fue justo al contrario. Ronda aparece en su vida como la universidad
de verano, el lugar al que venía a aprender aquello que en ninguna parte
había. Aquí aprendió de los ciclos de cultivo y del cuidado del ganado. Adquirió un
saber que todos ignoraban en las grandes ciudades y descartaban los programas de doctorado,
y que tanto le ha servido en su vida: el de escuchar a la naturaleza.
Así recuerda Ronda el profesor Olivencia, como la
escuela de los silencios en el barbecho ceutí. El lugar al que regresaba
–y regresa- para escuchar el golpe de un yunque resonar en la cornisa del Tajo.
Silencio remolón en la
cornisa del Tajo.
Para D. Manuel, Ronda es una ciudad señorial, la
capital de comarca que ejerce como tal. Un centro administrativo, comercial y
de la salud, punto de encuentro de toda su Serranía. Por eso Ronda es una
ciudad que, además de silenciosa, se despierta tarde: la capital que sólo se
activa con la llegada de los serranos que, como en aquel villancico, bajaban de
las Sierras de Ronda con sus caravanas, ahora con sus furgonetas y utilitarios.
Llegan por las mismas carreteras complicadas de siempre que, con su deterioro y
dificultad, contribuyen a mantener Ronda silenciosa, inexpugnable. Dice D. Manuel
que las carreteras de Ronda son como la anciana enferma de mil achaques, que
quizá a veces se encuentre mejorcita pero
nunca estará bien del todo.
Silenciosa, tardía, aislada y señorial. Así es la Ronda
del profesor Olivencia, una atalaya y un remanso de paz. Puede que sea un lugar
del que muchos hayan querido marcharse – es natural, el mundo es tan ancho y
ajeno- pero al que todos desean volver.
Quizá para Ronda el progreso no sea convertirse en
otra víctima más de la prisa insaciable, sino una universidad para la vida en
paz. Quizá el progreso no sea evitar que algunos rondeños se marchen, sino
darles motivos para volver. Para ello, hemos de mantener un espíritu curioso,
difundir y equipar la ciudad para que no sea – como las bicicletas- sólo para
el verano.
Curioso.
Eso nos queda de D. Manuel Olivencia cuando llega el
momento de irse. Un hombre estudioso, que ha vivido todo y conocido a las más
importantes personalidades, pero que regresa a su abuelo y a su tierra para
hablarnos de progresar. Decía Rilke que "en
algún lugar, desde hace mucho, rivalizan la vida y la obra”. No hay tal en
D. Manuel. Sólo un tipo curioso pero tranquilo, que escucha atentamente y
responde.
Nos quedamos con esa pequeña tienda de “El
Progreso”. Pondremos una en Ronda, que surta de inspiración y paz. Nuestra
materia prima es un bien escaso en un mundo con excesiva prisa y contaminación.
Don Manuel Olivencia sería el tendero, ganas no le iban a faltar.
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