Oye, ahora que parece que todo en España es malo y nada tiene remedio, merece la pena que pongamos las cosas un
poco en su sitio. De este país no se para de hablar de su tasa de paro, de la
burbuja de la construcción, de la corrupción política y la dictadura de los
banqueros sin escrúpulos. Se habla de que se está desmembrando el estado del
bienestar, de la sanidad pública, las pensiones, las becas para estudiantes. Y aquí me encuentro, en la Puerta del Sol, a 12 de mayo de 2012, y parece que hasta nosotros nos lo hemos creído:
Hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades, derrochando la riqueza que generábamos porque nos hemos
aprovechado de las pobres gentes del tercer mundo. Nos hemos comportado como
nuevos ricos, como un Rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba y ahora
sólo podemos lamentarnos. Nos acompañan en esta sentencia definitiva otros
pocos vecinos europeos, a quienes se les señala con el dedo: derrochadores,
corruptos, culpables de imprevisión, evasión de impuestos, desempleo y dinero
negro. Portugal, Irlanda e Italia, Grecia y España: “P.I.G.S”, cerdos. Los países
cerdos.
En las columnas de opinión de los grandes
diarios económicos, el Financial Times o el Wall Street Journal, se habla
abiertamente y sin rubor del ocaso de esta vieja Europa, que sucumbe a los pies
de los “BRICS”: el conjunto de países formado por Brasil, India, China y
Sudáfrica. Esos son los países que crecen, los dinámicos y florecientes. En
ellos está el futuro, en nosotros, como mucho, el pasado. En las escuelas de
negocios de las grandes universidades extranjeras sólo interesan sus modelos de
negocio, sus bancos, sus cifras de crecimiento. Todo el mundo quiere comprar
allí, vender allí, fabricar allí.
Bueno. Pues es mentira.
No pienso hacer un elogio del pasado de
Europa. No hablaremos del nacimiento de la política, la democracia, los derechos
humanos, económicos y sociales, las constituciones o la ecología. Todo eso pasó y es cierto que también
provocamos varias guerras mundiales, sangrías en nombre de Dios y la
civilización y arruinamos esta tierra con nuestra irresponsabilidad contaminadora.
Me limitaré a discutir los modelos de
cohesión social de unos y otros a día de hoy. Basta de mentiras basadas en la
cifra de crecimiento y del producto interior bruto. ¿cómo están creciendo en
China, Rusia y la India? ¿de quién es ese crecimiento? Más allá del paradigma
de que en estos países los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez
más pobres, la evidencia más demoledora es la imagen de lo cotidiano. Junto a
sus grandes estadios para eventos deportivos, sus centros de negocios con rascacielos
que surgen de la noche a la mañana y sus inmensos aeropuertos, nos encontramos
unos países sin aceras ni alcantarillado. El transporte público, cuando lo hay,
es contaminante y obsoleto. Las grandes universidades y los hospitales son
privados, exclusivamente por y para ricos. El resto de la población les
contempla sin mucha queja porque nunca han aspirado a mucho más. Su deseo es una vida un poco más digna, les
han enseñado que con eso debe bastarles.
¿Y en los cerdos, qué? Aún con nuestras
miserias, que son muchas, hace ya tiempo que entendimos que en verdad todas las
personas somos iguales en dignidad y que, por tanto, ninguna discriminación
cabe por raza, religión, sexo u orientación sexual. Tampoco por no tener dinero
para pagar un seguro privado o un colegio concertado. No hemos conseguido
alcanzar ese ideal, pero seguimos luchando por él.
No hace tanto, España, Portugal y Grecia
padecían bajo regímenes dictatoriales.
Hoy en la calle se discute de política, de corrupción, de banqueros,
desempleo o deuda externa. Ahora no estamos creciendo, ni es nuestro mejor
momento, sin duda. Pero no estamos dispuestos a renunciar a un punto de partida
inalienable: la igual dignidad de todos los seres humanos y el derecho, de todos, a una vida digna, sostenible
y en paz con la naturaleza.
No todos los modelos de crecimiento
pueden presumir de lo mismo.
Y, si somos cerdos, vale. Pues yo, del
cerdo, hasta los andares.
Que quede claro.
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