jueves, 12 de noviembre de 2009

La semana pasada fue una cosa tremenda. Se murieron de repente tres de estos personajes que se hacen más grandes una vez muertos, con esos nombres que suenan, pero sólo despiertan curiosidad cuando es demasiado tarde para poder conocerlos en persona. Y cómo fastidia eso.
Coincide que se dedicaban los tres a la búsqueda de un cierto sentido, en las cosas, en las personas, en las sociedades. Cada uno a su manera, ejercían de notarios de la realidad. Ayala, Levi-Strauss y López Vázquez.
Pero como espejo fedatario del esperpento que somos, como lo que somos mismo, me quedo con el tercero. José Luis fue de repente el retrato del macho ibérico del landismo, su más sublime y sutil representante. Porque lo
No sé si entonces se inventó el macho ibérico o su origen es más remoto. Pero fue él quien le confirió honores funcionarial, oficialidad de Estado. Y ha llegado hasta nuestros días, convertido en un modelo necesariamente español y que imprime carácter. Y pasó convertido en un modelo de conducta repetidamente imitado por todo un país.
Por aquellos jóvenes españoles que robaron una bandera en Estonia. El delito contra la bandera estonia está penado con hasta seis años de cárcel. Un delito que no existe en España, del que aquellos chavales nada podían saber. De acuerdo. Pero fueron los españoles los del escándalo. Ni alemanes, austriacos o franceses (aunque éstos, además de volcarnos los camiones de leche y de fresas de Huelva en la frontera, no se lavan).
Precisamente en Estonia estaba yo pasando unas vacaciones con los amigos, sin forma de acercarnos a las rubísimas lugareñas. Era preciso ocultar nuestra verdadera nacionalidad. Los españoles éramos el terror por allí. Afortunadamente, aún no han aprendido a distinguir la apariencia de españoles y portugueses así que, una vez ultrajado nuestro nombre, nos ocupamos también de arruinar el de nuestros vecinos.
El López Vázquez mismo que nos hace colarnos en cualquier tipo de transporte público desde el mismo momento en que ponemos un pie en el extranjero. Somos capaces de saltar cualquier tipo de medida de seguridad, por moderna que sea.
En el tiempo en que estuve viviendo en Bruselas, unos estudiantes montaron un negocio de venta de bicicletas baratas. Iban a recogerlas en tren hasta Brujas o Gante y, desde ahí, las llevaban a la capital, donde las vendían por un módico precio. Todo eran ganancias porque las bicicletas, obviamente, eran robadas. Y mi propio comportamiento, similar. Como buen español, no pagué el recibo del teléfono, ni de la televisión, burlé la regla de no tirar más de una bolsa de basura en semana (¡ja!), mangué pilas alcalinas suficientes como para poner en marcha la central nuclear de -- y no hubo una sola vez que no añadierados quilos de tomates a la bolsa, después de haberla pesado.
Sin duda, somos una subespecie. ¿por qué gritamos o somos tan sinverguüenzas? Allá a donde podamos ir, si desde el fondo del restaurante oyes una risotada excesiva desde la otra esquina, seguro que serán españoles.
Y, como éste, Lopez Vazquez fue el reflejo de una concepción cósmica del ser humano español, como un personaje desgarbado y patético, onanista e infantil, incorporado al ADN y al que no evitamos recurrir para regodearnos de nuestra singularidad.
Ese modelo antropolócio,o del estado del alma se nos escapó un poco de repente la semana pasada. No podrá Ayala dar testimonio del diagnóstico profundo de esta sociedad. Ni Lévi Strauss recoger una tipología del homo landensis ni su evolución alhomo botellonsis actual.
Pero, ante todo, ya no veremos nuestra imagen reflejada en el espejo del esperpento, la brillante reflexión de lo más vergonzoso de nuestro carácter que, siendo a la vez nuestro mayor motivo de orgullo, y lo más digno, era la calva de López Vázquez, que en paz descanse.

No hay comentarios: