Pero, de verdad, no entiendo a qué ni a cuántos jóvenes se refiere al hablar de esos que les reprochan que no actuaran con mayor severidad durante la Transición.
No es lícito apropiarse de un estado de opinión anónimo, de gente con treinta o cuarenta años menos para respaldar una posición propia, más o menos discutible.
Señor Jáuregui es usted uno de nuestros representantes políticos más confiables. Pero seamos claros: Hable por usted mismo, o cite nombres.
No le pido nada que yo no haga. Verá.
Tengo 27 años, nací en 1983. Podemos concluir, aunque a veces no lo parezca, que soy joven. No tengo el valor – o la poca vergüenza- de reprochar nada a los actores que llevaron a cabo nuestra Transición democrática. Salíamos de una dictadura fracasada, surgida de una Guerra Civil. Es decir, los españoles de entonces venían de matarse, una mitad contra la otra mitad. Y cuarenta años de dictador no habían ayudado a cicatrizar la fractura. Sólo podíamos empezar a hablar desde el perdón. Un perdón que habían de otorgarse quienes estuvieran presentes. Aquellos que sufrieron y fueron perseguidos, que padecieron en uno y otro bando. La tía Fidela, que tuvo que huir durante meses por los Montes de Málaga, perseguida por los Nacionales y que sólo pudo regresar a una casa arrasada. Aquella misma que, con todos sus coetáneos, concedió su perdón a través de la Democracia –con mayúsculas-.
Los jóvenes no tenemos derecho a la reparación, ni mucho menos a la venganza. No tengo legitimidad, ni autoridad para reprocharle nada a nadie Y le aconsejo que desconfíe de aquellos jóvenes que lo hagan, pues están cegados por la ignorancia y el desprecio al extraordinario cambio que este país ha experimentado en los últimos 30 años gracias a ustedes.
Eso, discúlpeme Señor Jáuregui, no significa que no pueda reprocharles nada.
Puedo reprocharles que hayan visto durante estos 30 años que el Estado de las Autonomías, como está concebido, es un conglomerado de Reinos Taifas, de señoritos de salón que despilfarran el dinero público como les da la gana; que son ineficientes e incontrolables. Y ustedes no hacen nada, porque son parte de la fiesta.
Puedo reprocharles -también a usted, que fue Secretario General de UGT en Euskadi- que los sindicatos se hayan convertido en una mafia de liberados que miran por sus solos intereses, mientras que el tejido laboral de nuestro país se descompone, parado a parado, sin que hagan nada, con el estómago agradecido y los bolsillos colmados.
Puedo reprocharles el deterioro de la educación en España, su uso proselitista para las diversas causas, la debacle de la exigencia y el peregrinar de sistemas fracasados. Sistemas que me condenan a estar peor preparado que el resto de estudiantes de los países de mi entorno. Y, peor aún, que me condenan a no entenderme jamás con mis amigos catalanes, porque a ellos, a mí, o a los dos, nos han mentido en los libros de historia.
Puedo reprocharles la miseria de mis políticos, que se forran de manera inmoral. Reprocharles que Gurtel, Palma Arena y Mercasevilla me han hecho perder la fe en la política para cambiar un país… si no es a peor. Una política de la que huyen los mejores, fagocitados por un sistema de clientelismos. Los mejores se van y se quedan… los que se quedan.
Puedo reprocharles que España vaya a estar en el vagón de cola de la recuperación económica internacional porque, en el umbral de la crisis, se les ocurrió una rebaja fiscal de 400 euros completamente inútil, porque aumentaron el gasto público justo antes de decir que había que restringirlo o porque, al estallido de la burbuja inmobiliaria, contribuyó una Ley del Suelo que literalmente hundió el valor del suelo.
Puedo reprocharles que malgasten mi tiempo y mi dinero, nuestra educación, nuestro futuro y nuestra dignidad hablando de la memoria histórica, cuando la generación anterior a usted firmó la paz. Puedo reprocharles que desprecien esa paz y que no trabajen por la paz de mi generación.
Puedo reprocharles que nos hayan condenado a un espacio de convivencia en el que ya no cabemos todos los españoles, al margen de nuestra adscripción ideológica. Y que nuestra procedencia de un pasado que nos había dividido tan trágicamente hoy nos vuelva a dividir.
Puedo acusarleS de remover los mimbres de nuestra Transición, de quitarme la ilusión. Sólo espero, al menos, no poder reprocharles que no les importe.
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