Esta semana, el fin del mundo ha
llegado a Madrid por la vía de la crisis griega. Muchos inversores extranjeros –
de fuera de la Unión Europea-, bancos, empresas y estudiosos de todo tipo han
llamado a sus contactos en las ciudades importantes (Bruselas, Berlín, Fráncfort,
París, Luxemburgo) para enterarse de cuál es el problema y si tiene solución.
El problema es ciertamente complicado,
y las soluciones no lo son menos. Aunque algo tendré que decir sobre uno y sobre
las otras, en realidad me gustaría compartiros una reflexión sobre irresponsabilidad.
Es decir, las pocas luces.
El problema de la crisis griega es
grave y antiguo. Grecia ingresó como parte del Euro con unas cuentas que no
reflejaban la realidad de lo que el país ingresaba y gastaba. Durante los años
siguientes condujo su política fiscal y control del fraude de forma nada seria
ni transparente. Aumentó su endeudamiento cada vez más sin que se notara. Por
otra parte, el Banco Central Europeo definió políticas monetarias y tipos de
interés que favorecían la posición de las compañías alemanas principalmente.
Todo estaba, por así decirlo, muy barato para los países mediterráneos. Grecia tomó
prestado dinero gracias a la libertad de circulación de capitales de la Unión
Europea. Dinero que no debió tomar y no podía pagar.
Si Grecia no puede devolver sus deudas
y cada vez debe más intereses, es culpa tanto de los griegos, como del resto de
los europeos.
Las soluciones son, todas ellas,
imperfectas. Las soluciones de las instituciones europeas no han sido útiles. Durante
meses, se han facilitado nuevos créditos a Grecia que básicamente se han
dedicado a pagar intereses de las deudas ya contraídas. Para acceder a estos
créditos, Grecia ha tenido que adoptar políticas de austeridad que han
deteriorado aún más su economía. Estas soluciones, por tanto, no han sido
tales.
Por otro lado, las soluciones del
gobierno griego de Tsipras no han
sido mejores. Con mensajes contradictorios, han ofrecido propuestas que
implicaban dejar de pagar muchas de las deudas sostenidas por el resto de
europeos y se niegan a reconocer que gastan más de lo que ingresan. En un mundo
multipolar controlado por las políticas agresivas chinas, rusas y americanas
(fundamentalmente), Grecia volverá a estar en el precipicio dentro de diez años.
También EE.UU. gasta más de lo que ingresa, pero ése es un lujo que Grecia no
se puede permitir. Lamentablemente el mundo es injusto y asimétrico.
En este contexto de confrontación,
llega la decisión del gobierno griego de someter a referéndum el proceso de
negociación con el resto de países de la UE. Voces de gente que sabe muchísimo
más que yo se han alzado a decidir quién tiene razón, quién va a ganar y cuáles
van a ser las consecuencias de la votación. Bien que todo sea relevante, mi
punto es anterior y más básico: qué pocas
luces las del gobierno griego.
El gobierno griego fue elegido hace
pocos meses con la promesa explícita (y la responsabilidad, claro) de
renegociar la deuda externa. Es la obligación de sus gobernantes, asumida por mandato
representativo de los ciudadanos, que les votaron para eso, precisamente. En su
lugar, escurren el bulto y trasladan la decisión a sus ciudadanos. Y lo hacen
de una forma intolerable.
Convocan el referéndum con unos pocos
días de antelación, sin tiempo para que se obtenga una información profunda y
objetiva. Someten a consideración una pregunta incomprensible, enrevesada y que
cita de forma indirecta los textos de una negociación formulada en términos muy
técnicos. Encima, la oferta ya no está en vigor, porque la Unión Europea la ha
retirado.
Si la etiqueta de una camiseta de Zara
o un paquete de pan Bimbo estuvieran redactados con ese nivel de
indeterminación (en lugar de en un referéndum), el texto sería radicalmente
contrario a las directivas europeas de protección de los consumidores.
El resultado ya se ha visto. Grecia,
desgarrada y partida, la mitad de la población votará sí, la mitad no. Europa,
polarizada en torno a dos posiciones que todos mantenemos de forma instintiva,
porque ningún ciudadano de a pie entendemos qué se les pregunta a los griegos.
Es cierto que Grecia es la cuna de
Europa y de la democracia. También lo es que allí se inventó la demagogia.
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