Como buen estudiante de Filosofía, Matt no está muy preocupado por la realidad. Más bien, aunque lo esté, ha renunciado a actuar directamente sobre ella, quizá porque sea consciente de tener alguna limitación para el ejercicio de la vida en sociedad y que yo no he sido capaz de observar a simple vista.
Cada mañana se levanta dispuesto a reflexionar sobre preguntas absolutamente sencillas que la gente normal jamás nos planteamos y que nunca sabríamos responder. A mi me asaltó de forma inesperada aprovechando que el metro en el que nos movíamos se había parado, para interrogarme de forma bizarra: ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el ser humano? ¿Debe atribuirse gratuitamente la dignidad humana a cualquiera, por el sólo hecho de haber nacido de un hombre y una mujer? Yo intento pensar rápido y dar una respuesta inteligente, pero lo más inteligente que se me ocurre es guardar un riguroso silencio y dejar que el vagón reemprenda su marcha y el ruido metálico al recorrer los raíles interrumpa la conversación.
El gran temor de Matt no es ser incapaz de responder estas cuestiones, que nadie ha resuelto en cuatromil años de filosofía. No es ignorar por qué desde Platón todos los seres humanos están preocupados por alcanzar un remedio de justicia en la Sociedad, cuando el ser humano es un animal esencialmente injusto e incompatible con la noción de igualdad. No. Lo que a Matt le preocupa es ser inútil. No inútil en un plano práctico –lo que podríamos llamar un caradura-, porque con la calidad de sus estudios bien podrá procurarse una cátedra de Filosofía de la Historia que le permita tener un adosado don jardín en Brooklyn, una monovolumen y dos hijos en un buen colegio de pago de Manhattan. Nunca será un caradura.
Le preocupa ser un inútil en abstracto –un personaje de paso-, aquél incapaz de contribuir a que el mundo cambie de alguna manera, y que tantos años de trabajo de su mente no sean tan útiles como lo sería el trabajo de sus manos en una simple mañana plantando árboles en un monte quemado en un incendio de verano.
A día de hoy tiene una enorme deuda con un banco que ha accedido a financiar sus estudios. Ésa la pagará, seguro. A la vez, dedicándose a la vida científica –contemplativa-, a elucubrar sobre lo que querían decir aquéllos que dijeron algo sobre Hegel y Heidegger, piensa que está contrayendo otro tipo de deuda con el mundo que le rodea y que no sabe si podrá pagar alguna vez. Y eso le angustia.
El metro llega a su destino y yo no he abierto la boca. Mientras él sigue hablando, recuerdo una frase de Eduardo Galeano que leí hace tiempo en el mantelito de papel de un bar: “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
Creo que Matt lucha para que sepamos donde está la utopía y que es nuestra responsabilidad perseguirla. Creo que somos nosotros quienes estamos en deuda con él, y no al revés. Aunque a todos –a él incluido- nos parezca inútil lo que hace.
Lo pienso, pero no digo nada. Que lo piense él, que se dedica a eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario